DATOS PARA UNA BIOGRAFÍA DE “EL VIEJO”
Es difícil realizar una “biografía” de una persona con la que se ha convivido mucho y que se incorpora a la personalidad de uno mismo como un referente moral esencial. Al fin y al cabo, cualquier aproximación a esa persona está mediatizada por el recuerdo que de ella se tiene, por la admiración con que se mira su figura, por la influencia clara que esa persona ha dejado en el interior de nosotros. Eso me ocurre a mí a la hora de intentar hablar de Antonio Gutiérrez: ¿cómo ser objetivo al hablar de alguien a quién se sigue teniendo tan presente? A esta dificultad hay que sumar la parquedad de datos que se tienen de una persona tan notoriamente pública: una vida volcada a los demás, siempre hecha hacia fuera a base de generosidades, y sin embargo muy pocas cosas conocidas por el propio celo que El Viejo ponía en cuidar de las cosas de su corazón. Y pese a ello hay algunas cosas que podemos contar de este hombre bueno.
INFANCIA Y JUVENTUD. Antonio Gutiérrez Medina nació en Jódar el domingo 10 de agosto de 1924, en el seno de una familia humilde. Su padre trabajaba en huertos de familiares, buscando el sustento para su mujer y sus cuatro hijos. En Jódar permaneció la familia de Antonio hasta que, en los últimos días de la Guerra Civil, se traslada a la finca de “El Teatino”, propiedad de la familia del General Saro situada en las cercanías de Úbeda. Antonio Gutiérrez recordaba haber visto entrar las tropas nacionales y el reparto de tabaco de mascar que “los moros” hicieron a la chiquillería del pueblo, entre la que él se encontraba, en las eras que por entonces rodeaban la Venta de Juanillo.
En “El Teatino” Blas Gutiérrez realizó labores de encargado y su hijo Antonio comenzó a trabajar como chico de los recados. Ya en Jódar había asistido a la escuela, aprendiendo lo básico, y estando establecidos en “El Teatino”, cada tarde, al acabar la jornada de trabajo, subía andando hasta Úbeda para asistir a una escuela nocturna. Tras unos años viviendo en la misma finca, la familia de Antonio adquiere la pequeña casa de la antigua Travesía de Chirinos (actual calle Barco), situada frente a las ruinas de la ermita de San Marcos, donde Antonio viviría toda su vida. Esto, sin duda, supuso una mejora en las condiciones de vida de la familia, que seguía sustentándose con el trabajo del padre en la finca de los Saro.
Son pocos los datos que tenemos de Antonio en esta época, pero su hermana lo recuerda con un niño y un joven al que le gustaba lo normal en aquellos años durísimos de la postguerra: salir con los amigos –suponemos que ya entonces tendría ese carácter jovial y alegre que conservó hasta el final– y, sobre todo, el fútbol. Con dieciocho años, más o menos, conoció a Guadalupe Moreno, su novia. Sus recuerdos, aquel almanaque famosísimo del “juré mi amor, mi amor murió”, sus propias declaraciones sobre este amor de juventud –tan escasas, por otra parte– y sus visitas diarias a la tumba de Guadalupe en el cementerio de Úbeda, parecen indicar que el de aquella mujer fue el gran amor de la vida de Antonio y que la quiso con toda el alma.
En 1945, cuando más fuerte era el azote del hambre y la miseria en el conjunto de España, se marcha a Sevilla a cumplir el largo servicio militar de entonces. Hizo la “mili” en los batallones de guerra química de la capital andaluza, y habiéndose licenciado como soldado en dichos batallones, gustaba de poner en sus documentos oficiales “licenciado en química”, como si acabase de salir de una promoción de la Complutense.
JURÉ MI AMOR, MI AMOR MURIÓ… Terminada la mili y vuelto a Úbeda en 1947, se establece como comerciante en la Plaza de Abastos, quedándose con el traspaso de un puesto de comestibles que mantendría hasta su jubilación en el verano de 1989. Es de suponer que este humilde negocio y el amor de Guadalupe le sirvieron a Antonio para trazar los planes propios de la edad: juntar un poco de dinero y poder casarse y formar su familia. Pero el destino le tenía reservado otro camino muy diferente: un año después de su vuelta a Úbeda, los médicos le diagnostican a Guadalupe una gravísima enfermedad coronaria y recomiendan que se abstenga de cualquier tipo de estímulo o de impresión, porque ello podría provocarle la muerte inmediata. La boda de Antonio y Guadalupe se aplaza, seguramente ya para siempre, porque ambos debían ser conscientes de que ella acabaría muriéndose con esa enfermedad. Pero Antonio no la abandona y cada día que vive lo sigue pasando a su lado. Y así transcurren tres terribles años de angustia, hasta que el 16 de octubre de 1951 se muere Guadalupe. Antonio estaba a su lado, sosteniendo sus manos.
¿Qué supuso la muerte de Guadalupe para Antonio Gutiérrez? Es difícil saberlo con precisión, porque él mismo nunca fue muy amante de rebuscar en aquella llaga de su corazón, pero lo cierto es que la herida de la muerte de su novia no llegó a cerrarse nunca y que siempre la recordaría. Y desde luego, parece claro que el hecho que marcó toda la vida posterior de Antonio fue la muerte de Guadalupe en octubre de 1951.
Debieron seguir unos meses terribles para Antonio, que encontró consuelo en don Cristóbal Cantero, que lo animó a escribir sobre la experiencia de la enfermedad y la muerte de su prometida, tal vez con el afán de que así pudiera curar en parte su dolor. Sin duda esto debió ayudarle, así como la inmensa fe que desde joven tuvo. Su condición de creyente fue determinante para superar, en la medida en que pudo superarlo, el trance de la muerte de Guadalupe y seguramente el apoyo de su familia, sobre todo de su madre, Ana Medina –por la que sintió siempre un amor reverencial: es la mujer más importante de su vida después de Guadalupe–, y de los sacerdotes a los que acudiese en las horas más desesperadas fueron determinantes para buscar un cauce que le permitirá superar su dolor.
Esa vía de escape se la ofrecería la Juventud Masculina de Acción Católica, en la que ingresa el 12 de marzo de 1953. Su familia apunta que llegó a Acción Católica guiado por su pasión por el fútbol y por los amigos que tenía dentro de la JAC. Sus amigos debieron pensar que en Acción Católica había tajo suficiente como para tenerlo “entretenido” y evitar que estuviera permanentemente reconcomiéndose en la herida de lo perdido. Por otra parte es fácil pensar que su vocación por la juventud fue algo sobrevenido: supongo que Antonio, a la altura de los primeros años cincuenta, tendría las preocupaciones de un joven de su época y que él siempre hubiera preferido poder trazar su futuro al lado de Guadalupe. Pero una vez muerta ésta, se vuelca con su nueva condición de miembro de la Acción Católica. ¡Y de qué manera! ¡Y cuánto le ayuda el portentoso despliegue de actividades que realiza en la JAC para ir superando el dolor de la pérdida! ¡Y con qué capacidad se vuelca cada vez más en esa vocación que lo redime de la desesperación! ¡Y qué sorprendente resulta comprobar como en muy poco tiempo su actividad permanente a favor de los demás trastoca todos los planos de actuación de los Jóvenes de Acción Católica de Úbeda y él se convierte en el centro gravitatorio de la asociación, sin el que no es posible explicar la vida de la Acción Católica de Úbeda ni su supervivencia a lo largo de los años!
Cuando ingresa en la JAC es el mayor de todos los jóvenes que forman la asociación y, dado su carácter amable y humilde, pronto se gana el cariño de todos, que comienzan a llamarlo “El Viejo”. Y como El Viejo sería conocido hasta el fin de sus días.
Además de su condición de miembro de Acción Católica, El Viejo ya venía desarrollando una tarea muy activa en la estructura de Cáritas en la parroquia de San Isidoro. Esa vocación de darse a los otros, lo hace entrar en la directiva del Centro Interparroquial de Acción Católica el 12 de octubre de 1954, pasando a ocupar el puesto de Vocal de Caridad. Hasta entonces, la JAC había limitado sus actuaciones en el campo de la caridad a muy pequeñas cosas, pero la llegada de El Viejo a la vocalía lo revoluciona todo. Pero todo es no sólo la Vocalía de Caridad lo que se revoluciona a partir de ese día, sino la propia dinámica y estructura de funcionamiento de la Acción Católica de Úbeda, que gracias a la labor de Antonio Gutiérrez sufre un revulsivo que la dota de nervio y músculo, seguramente nervio y músculo que garantizarán su supervivencia cuando la Acción Católica prácticamente desaparezca a nivel nacional.
LAS TAREAS DEL HOMBRE BUENO. Durante los años siguientes, la labor de El Viejo como Vocal de Caridad de la JAC es verdaderamente espectacular. Él sólo, en compañía de los jóvenes que entusiasmados se le suman, es en la Úbeda de finales de los cincuenta lo que en la actualidad son la asistencia sanitaria, la seguridad social y los servicios sociales públicos. Su tarea es sorprendente: busca medicinas para los que carecen de medios para comprarlas; consigue plazas para enfermos terminales en el Sanatorio de El Neveral y para enfermos mentales en Los Prados, ambos en Jaén; consigue alojamientos en Madrid o en Barcelona para las familias humildes que huyen de Úbeda buscando una vida mejor; dignifica la condición de los que vienen a Úbeda buscando trabajo; organiza turnos de visitas a enfermos; reparte alimentos y juguetes entre las familias de trabajadores; busca ropa, zapatos, libros para los que no tienen dinero para comprarlos; en 1955 crea un banco de donantes de sangre –uno de los primeros de toda Andalucía–, para suplir las graves carencias que entonces había en el Hospital de Santiago y en otros centros hospitalarios de la provincia… Es imposible resumir en unas pocas líneas la ímproba tarea de bondad y de generosidad que El Viejo realiza durante estos años en el seno de Acción Católica, pero estoy seguro de que esta ciudad no ha sabido agradecer esa entrega titánica para con los más necesitados en unos años en los que había verdaderas miserias en Úbeda. A estas alturas, parece claro que Antonio Gutiérrez ya tiene claro que su vida debe ser entregada para la felicidad de los demás, y en 1957, junto con otro grupo de ubetenses –Francisco Almagro Ruiz, Manuel Fuentes Garayalde, Manuel Moreno Pasquau…– crea las estructuras definitivas de Cáritas Interparroquial de Úbeda, siendo miembro de su Junta Gestora hasta su muerte.
Y pese que difícilmente podemos hacernos una idea de la dimensión que en esos años alcanza la tarea de El Viejo, quedamos más sorprendidos cuando comprobamos que además busca tiempo y ganas para crear –primero– y dinamizar –después y permanentemente– las estructuras del deporte base en Úbeda, de tal modo que el mismo no puede entenderse sin comprender la labor de El Viejo durante toda su vida. Así, desde 1954 se vuelva en la organización de torneos de fútbol en los míticos terrenos de La Patera, cedidos por la familia Palacín. Por sus equipos y sus torneos y sus ligas pasan a lo largo de más de cincuenta años cientos, miles de chavales ubetenses, y es fundamental el apoyo que presta al Úbeda C.F. –mediante rifas, sorteos y otras gestiones que ayudan a pagar los desplazamientos del Club– para explicar los éxitos del equipo ubetense. Esta labor deportiva lo lleva a hacerse cargo de la Vocalía de Deportes de la JAC desde mayo de 1957, y unos meses más tarde, en la renovación anual de la Directiva que se hace en octubre de 1957, pasa a ocupar las Vocalías de Caridad y Deportes y la Delegación de Aspirantes. A partir de ese momento va a completar la triada fundamental de su labor humanitaria: ayuda a los más necesitados, apoyo al deporte de base y labor con los jóvenes.
Era desbordante su labor en Caridad y en Deportes, y pasará a ser arrolladora su actividad como Delegado de Aspirantes. Así, a lo largo de 1958 y sobre todo en 1959 organiza permanentes excursiones con los aspirantes de la JAC. La sierra, la playa de Motril o las albercas de los alrededores de Úbeda le sirven a El Viejo de excusa para ofrecer a los niños a su cargo una oportunidad de diversión. Y todas esas excursiones desembocarán en uno de los hitos más importantes de la historia personal de Antonio Gutiérrez, de la historia de la JAC de Úbeda y la historia colectiva de Úbeda: en el verano de 1959, en compañía del Padre José Fernando, Consiliario del Centro JAC, y de un grupo formado por 20 aspirantes, se marcha al Campamento “Santa María la Mayor”, organizado por la Delegación Nacional de Aspirantes de Acción Católica en Burgos. Al año siguiente vuelven a repetir experiencia, también en Burgos, y desde ese momento es fácil adivinar que el afán constante de Antonio Gutiérrez será dotar a la Acción Católica de Úbeda de un campamento propio y permanente.
Los años siguientes son los penosos –y a la par ilusionantes– años del Campamento Volante “Nuestra Señora de Guadalupe”, que recorre las playas de Málaga, Mareny de Barraquetes o El Perelló antes de arribar en la Playa de La Barrosa. Dada su condición de trabajador autónomo, es de suponer que El Viejo tuviera que cerrar en muchas ocasiones su propio negocio para atender los requerimientos propios de su nueva empresa en pos de la juventud ubetense: viajes a las playas en las que cada año se realizaría el Campamento, entrevistas con propietarios, párrocos o alcaldes, compra de tiendas de campaña, paja para las colchonetas, búsqueda de camiones para el transporte de materiales y un largo etcétera de cuestiones menores pero imprescindibles para el desarrollo de el Campamento que Antonio llevó a cabo a costa de tu tiempo y aún de su economía.
Durante estos años –prácticamente toda la década de 1960– El Viejo se vuelca en su nueva empresa, y es constante su actividad para arribar fondos al proyecto del Campamento de la JAC. La venta de lotería es desbordante, así como la organización de festivales benéficos, rifas o, directamente, la petición de dinero a las familias más acomodadas de Úbeda. Toda esta trayectoria culminará en la “Operación Metro Cuadrado” que los Jóvenes de Acción Católica capitaneados por El Viejo ponen en marcha a partir de 1967, cuando Antonio Gutiérrez adquiere los terrenos en los que actualmente sigue instalado el Campamento. Dado el elevadísimo coste de aquel pinar –700.000 pesetas de la época– y los más que menguados recursos personales de Gutiérrez, en particular, y de la JAC de Úbeda, en general, se organiza en toda la ciudad una verdadera campaña de apoyo el Campamento, que ya se había consolidado como un referente esencial para los jóvenes ubetenses. Y el esfuerzo de El Viejo tiene como recompensa la recogida de multitud de donativos, que permiten pagar una parte importante del dinero requerido para la compra de los terrenos.
Antes de todo esto, ya en 1964, la labor desarrollada por Antonio Gutiérrez era considerada como algo verdaderamente ejemplar por muchos ubetenses. Tanto, que el 6 de junio de 1964 los corresponsales de la prensa de Madrid que viven en Úbeda –Arsenio Cuenca Alameda, Antonio Pasquau Cortés, Antero Guardia Martínez y Francisco Cuenca Villacañas– se dirigen al Ayuntamiento de Úbeda para solicitar que se inicien los trámites que permitan el gobierno de España le conceda a Antonio Gutiérrez la Cruz de la Beneficencia. Es interesante transcribir literalmente las razones que ofrecen los firmantes para pedir tan alto honor para El Viejo:
“Que durante un buen número de años, el que consideran ubetense ejemplar D. Antonio Gutiérrez Medina, viene desarrollando una campaña, no solo benéfica, sino también llena de amor, respeto y dedicación a los ubetenses necesitados.
Que también cuenta con el cariño y admiración de los jóvenes ubetenses, a los que se ha consagrado de una manera particular, alcanzando frutos tales como la creación de campañas veraniegas, que han conseguido la auténtica hermandad entre las diferentes clases sociales, llevando la alegría y poesía de su forma de ser, a aquellos que no podían ni soñar con conseguirlo.
Que su labor espiritual ha estado siempre al mismo nivel de toda su obra.
Que ha trabajado incansablemente, tanto en Cáritas como en otras Instituciones, consiguiendo con su afán las más eficaces soluciones para múltiples problemas.
Que durante muchos años viene perjudicándose diariamente en sus intereses particulares, para la mejor dedicación a lo que ya forma parte de la meta de su vida, siendo más admirable esto, si tenemos en cuenta los humildes medios de que dispone.”
Esos párrafos describen perfectamente lo que había venido siendo la labor social, humanitaria, benéfica, deportiva y solidaria de Antonio Gutiérrez desde la muerte de su novia.
El 9 de junio, la Hermandad Benéfico Religiosa del Santo Entierro de Cristo y Santo Sepulcro, de la que El Viejo fue hermano hasta su muerte, se suma a la petición de la Medalla de la Beneficencia. Pero la Comisión Permanente del Ayuntamiento –órgano similar a la actual Junta Local de Gobierno–, en su Sesión de 10 de junio de 1964, acuerda no tramitar el expediente. El argumento es que este tipo de peticiones sólo se tramitan si así lo ordena la superioridad jerárquica, esto es: si la orden viene del Gobernador Civil. En cualquier caso, el propio Antonio Gutiérrez se encarga de poner fin definitivamente a la aventura de la Cruz de Beneficencia, y en una fecha indeterminada –no consta el día de su comparencia ante el Alcalde y el Secretario del Ayuntamiento– pide oficialmente que se retire la petición. En el texto redactado por el Secretario del Ayuntamiento, El Viejo dice “Que agradece extraordinariamente la distinción que le es hecha por estos señores, pero que precisamente por tratarse de actividades congénitas que marcan su sentido y lo que cree deberes de verdadero cristiano, no puede en manera alguna aceptar lo que se propone, agradeciendo vivamente la buena intención, significando que para él son secundarios los premios terrenales.”
RECONOCIMIENTOS A UN CORAZÓN GENEROSO. Consolidada la empresa del Campamento en La Barrosa, verdadero monumento de favores, ayudas y compromisos solidarios, la vida de El Viejo vuelve a discurrir en los agitados márgenes de sus muchas luchas. Y la admiración de sus paisanos hacia su figura no cesa en todos estos años. Así, el 31 de diciembre de 1973 el Centro de Iniciativas Turísticas de Úbeda, presidido por Juan Pasquau, le concede el título de Ubentese del Año, pues no en vano desde hacía casi quince años había llevado el nombre de Úbeda por muchos lugares de España. Y el 7 de agosto de 1974 se inaugura en el Campamento de La Barrosa el monumento que se levanta en homenaje a su labor, diseñado por Domingo Molina y con relieve de Paco Bordés. Este día se convierte en uno de los más importantes en la vida del Campamento.
El monumento de El Viejo fue una idea de Manolo Molina, y hasta última hora –hasta que se destapó el monumento, realmente– el homenajeado pensaba que el monumento era a la Virgen de Guadalupe, a la que en tantas ocasiones había encomendado su actuación. Asistieron a aquel emotivo acto el Alcalde de Úbeda D. Manuel Fernández Peña, el de Chiclana de la Frontera D. Carlos Bertón Ruiz, el de Andújar D. Eduardo Criado, y presidió el acto el Delegado Provincial de Cultura D. Carlos Andrade, amigo personal de El Viejo y gran benefactor del Campamento. En ese mismo acto, y tras descubrirse el monumento, el Alcalde Chiclana de la Frontera le impuso a El Viejo la Medalla de Oro de la ciudad, y el Chiclana C.F. su escudo de oro, como reconocimiento a su labor destacadísima en la promoción del deporte de base.
Su vida, por otra parte, discurría más allá del Campamento y de los reconocimientos. Así, fueron constantes sus visitas a los Prados y al Neveral y al Asilo de Torreperogil, para los que allega fondos a través de una rifas popularísimas entre los escolares de Úbeda que se mantuvieron hasta entrados los años 90, y en las que se conseguían premios en función de los “tacos” de papeletas que se vendiesen. Los años 70 son, también, los de su impulso definitivo a la tarea de la donación de sangre. Así, en 1975, al inaugurarse el nuevo Hospital Comarcal de Úbeda, funda oficialmente la Hermandad de Donantes de Sangre y el 29 de octubre de 1976 funda la Sección Juvenil de la Hermandad de Donantes de Sangre. Es el Presidente de ambas y el 27 de septiembre de 1979 la Hermandad de Donantes de Sangre adquiere carta de naturaleza jurídica, quedando oficialmente adscrita al Banco de Sangre del Hospital “San Juan de la Cruz” de Úbeda. Durante estos años continúan las salidas para “recolectar sangre” a los pueblos de los alrededores y a la Academia de la Guardia Civil y casi convierte en costumbre el hecho de llevar a que se hagan donantes a sus chavales de la JAC en cuanto cumplen 18 años. Como reconocimiento a su labor en este campo de la donación –verdadero ejemplo del altruismo humano– fue nombrado Presidente de Honor de la Hermandad de Donantes el 24 de mayo de 1983 y su vinculación con la misma se mantuvo hasta el último momento de su vida.
Dinámico, extrovertido, jovial, siempre con alma de niño, no cesa en su labor de mejorar “su” Campamento, hasta convertirlo en la década de los ochenta en un referente fundamental en la vida y la memoria de miles de ubetenses. La importancia de su labor en el Campamento puede haber hecho que se olviden las otras facetas de su vida, pero en 1983 toda su trayectoria tendría público reconocimiento, cuando el Ayuntamiento lo nombra Hijo Adoptivo de la Ciudad, tras la tramitación de un expediente sin parangón en cuanto el número de adhesiones ciudadanas se refiere.
El 26 de marzo de 1982 se dirigen al Ayuntamiento presidido por D. José Gámez un grupo de ubetenses. Francisco Almagro Ruiz, Francisco Bordés Ruiz, Eusebio Campos Jimeno, Cesáreo Fernández Almagro, Manuel Fuentes Garayalde, Fernando Gámez de la Blanca, Manuel García Hidalgo, José Luis García López, José Antonio López Moreno, Manuel Molina Delgado, Luis Monforte González, Joaquín Mora Altarejos, Julián Moreno Jiménez, Juan Serrano Ramón y Juan Miguel Valcárcel González, componen la Comisión que pide la declaración de El Viejo como Hijo Adoptivo de la Ciudad, y acompañan su petición cientos, miles de firmas, hasta constituir el expediente de concesión de títulos y honores con más adhesiones de cuantos se han tramitado nunca en Úbeda. Es importante destacar algunos de los párrafos de aquel escrito histórico:
“Nos dirigimos a Vdes. en representación de Úbeda, como las adhesiones confirman, para presentarles a un hombre que hace tiempo entregó su corazón a esta ciudad y que hoy ya le ha dejado más de la mitad de su vida.
Pensamos que los pueblos se engrandecen con las obras de sus hijos. Nuestra ilustre historia no es sino el resultado de la entrega de los ubetenses que nos precedieron en la tarea de hacer una Úbeda que, a fuerza de ser grande, saliese de sus fronteras para ser conocida en el mundo entero. Artistas, políticos, literatos, etc., han llevado el nombre de Úbeda más allá de nuestros límites.
Pero no este el caso del hombre que hoy queremos presentarles. Sus credenciales no son éxitos culturales, artísticos, políticos ni económicos. Su carta de presentación es una vida llena de buenas obras para con su Úbeda de su alma: sus niños, jóvenes, enfermos, necesitados, y para todos aquellos, sin distinción alguna, que a él acudieron. Enemigo de farisaicas demostraciones, siempre quiso permanecer en las sombras, hacer sin decir, dar sin pregonar. Esto mismo que hoy le hacemos, nos consta, le produce tal desasosiego que no cesa de proclamar la insignificancia de su persona, la poca importancia que para él –claro está– tiene todo cuanto hace. Es el signo de los grandes hombres.
Ya en una ocasión, y como reconocimiento a su labor social, se intentó solicitar para él la Medalla de la Beneficencia, pero no fue posible porque, alegando falta de méritos, él personalmente se opuso.
En otro momento, año 1973, el Centro de Iniciativas Turísticas le nombro Ubetense del Año por su labor en la difusión del nombre de Úbeda. Esta vez no pudo evitarlo.
Hoy, esta Comisión y con ella Úbeda, presenta a su Ayuntamiento a la persona de Antonio Gutiérrez Medina (“El Viejo” para todos los ubetenses) y pide para él que le sea reconocida su labor social, como todos los ubetenses lo han hecho, admitiéndole en la comunidad local, concediéndole el Título de Hijo Adoptivo de Úbeda puesto que a ella ha servido e hijo suyo es de corazón.
Pensamos que los méritos acumulados por Antonio son grandes y que su persona es de tal calidad humana que nuestra Ciudad y su Excelentísimo Ayuntamiento se sentirán honrados al contar con tal hijo.”
Este escrito y la multitud de firmas que lo acompañan no hacen sino dar el necesario respaldo al acuerdo que el Ayuntamiento Pleno había adoptado el 9 de marzo de 1982 para iniciar el expediente de concesión del título. Entonces era preceptivo pedir autorización a las autoridades gubernativas para la concesión de estos títulos –un resabio del franquismo–, y así hay que esperar hasta 9 de febrero de 1983 para que la Consejería de Gobernación de la Junta de Andalucía de su preceptiva conformidad. Se aceleran los trámites y el 14 de abril de 1983 el Ayuntamiento lo nombra Hijo Adoptivo, por reflejarse “como público y notorio en esta ciudad la vida de dedicación a la juventud y a las familias necesitadas mediante múltiples y mantenidas actividades de carácter social, asistencial, recreativo y cultural”. El nombramiento se aprueba por Orden de 11 de mayo de la Consejería de Gobernación.
Surge entonces cierta controversia ciudadana. La pretensión del nuevo Alcalde de Úbeda, D. Arsenio Moreno Mendoza, es hacer entrega del título a El Viejo durante el mes de agosto, en el Campamento. Pero la presión ciudadana, que pide que la entrega tenga lugar en Úbeda, reduce la visita del Alcalde al Campamento en un homenaje a Antonio Gutiérrez, que tiene lugar el día de su cumpleaños, aplazándose la entrega del pergamino de Hijo Adoptivo hasta el 7 de septiembre, en que le será finalmente entregado en un Salón de Plenos del Ayuntamiento absolutamente desbordado, con gente que desde los pasillos y las escaleras asiste a tan emocionante acto. Julián Moreno, el amigo del alma, toma la palabra y un discurso emocionado y emocionante agrade al Ayuntamiento la concesión del Título y a El Viejo su vida de entrega y de generosidad, dejando humanísima y amistosa constancia de que los muchos logros humanos de su amigo Antonio son fruto de su “constante machaconería”.
Tal vez este momento hubiera podido suponer para El Viejo una oportunidad para relajarse en su labor, en su tarea. Pero, de acuerdo con su personalidad, sirvió para todo lo contrario: para no cesar en sus mejoras en el Campamento (que culminarían en los años 90 con nuevas instalaciones de cocina, enfermería, servicios y duchas); para buscar terrenos alternativos cuando la familia Palacín vende los terrenos de La Patera, hasta inaugurar un Polideportivo propio de la JAC, en el camino del Cementerio, en junio de 1989; o para comenzar a organizar una popularísima carrera urbana en la que durante años participan miles y miles de ubetenses de todas las edades. Y como no cesa la actividad de este hombre bueno, no cesan los reconocimientos: el 17 de diciembre de 1988 la Casa de Úbeda en Madrid le concede su premio a los Valores Humanos “Por su callada y continua labor, a lo largo de tantos años, en beneficio de la juventud ubetense, a través de su idea de actividades diversas a lo largo del año, y promoción de campamentos de verano que han sido referencia entrañable de multitud de jóvenes que han aprendido bajo la maestría de «El Viejo» el difícil arte de la convivencia…”. Resulta curioso como estas alturas comenzaba a destacarse sólo la tarea de El Viejo para con la juventud, quedando un tanto olvidadas sus otras facetas –donantes de sangre, acción social, deporte de base…– tan importantes como las desarrolladas como los jóvenes. Es tal vez este olvido de una parte sustancial de la tarea desarrollada por Antonio Gutiérrez a lo largo de cincuenta años lo que ha facilitado el cierto olvido en que hoy la sociedad ubetense tiene a su figura, que pasa por la de un benefactor más de la sociedad ubetense.
Siguiendo con su trayectoria, cabe señalar que en 1991 intenta por primera vez que se lleve a cabo el hermanamiento entre Úbeda y Chiclana de la Frontera, pero la propuesta de desdeñada por la Corporación Ubetense, debiendo aplazarse dicho hermanamiento hasta 1994. Si dos años antes –el 9 de agosto de 1992– había visto cumplido su sueño de tener una imagen de su Virgen de Guadalupe en el Campamento, el 26 de agosto de 1994 actúa de gran patriarca del hermanamiento de las dos ciudades en el acto oficial que se celebra en el Campamento de La Barrosa, con asistencia de los alcaldes de Úbeda –D. Juan José Pérez Padilla– y de Chiclana –D. José de Mier Guerra, otro de los grandes amigos y benefactores del Campamento a lo largo de su historia–. El acto se repetiría en Úbeda el día de San Miguel.
En 1997 la Cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Caída y María Santísima de la Caridad le concede el IV Premio Cristo de la Caída, como reconocimiento a su trayectoria social. Unos meses después, en la Navidad de 1998, hizo uno de aquellos actos suyos, tan personales y tal vez tan arbitrarios, pero que tanto decían de su inmenso corazón y de su amor para con los desgraciados. Las imágenes que llegaban desde El Salvador y Honduras tras el paso del huracán Mitch, sobre todo las imágenes de niños que lo habían perdido todo, lo conmovieron todo que encomendándose sólo a su Virgen de Guadalupe decidió donar un millón de pesetas de las destinadas al Campamento para socorrer a las víctimas. Lógicamente los cuatro turnos del Campamento de 1999 notaron este esfuerzo solidario, pasando a la historia como “el campamento de los tomates”, por la cantidad que El Viejo traía cada día para que estuvieran presentes en todas las comidas. Debió encontrarlos a precio de saldo en El Colorao y no dudó en suplir con tomates todo aquello que no pudo comprarse por haber ayudado a los que lo necesitaban más. Fue su último Campamento.
LOS ÚLTIMOS DÍAS DE UN HOMBRE BUENO. El penúltimo reconocimiento en vida para El Viejo tuvo lugar el sábado 19 de febrero de 2000. Ese día la JAC de Úbeda celebró en el Hotel “Ciudad de Úbeda” la I Cena Corazón Joven, en la que entregó los primeros Premios JAC de la Juventud, con asistencia de diversas autoridades. El Viejo asistió a esa cena sin saber que el premio más importante estaba reservado para él, aunque comenzó a sospechar que algo se había tramado cuando al llegar al Hotel vio allí que estaba su familia en pleno. El honor de entregarle ese premio le cupo al que escribe estas líneas: después de tantos años tengo la seguridad de que nunca tendré honor tan algo como aquél de decirle a El Viejo cuanto lo queríamos los miles de niños que fraguamos nuestro corazón de personas en su campamento.
Estas líneas no agotan, ni mucho menos, la biografía de un hombre como Antonio Gutiérrez. Sólo quieren rendir homenaje a esa persona ejemplar, a ese santo refunfuñón al que tanto le debemos tantas generaciones de ubetenses que hoy, desmemoriadas, perdemos su nombre y su ejemplo y su labor en no sabemos qué olvidos.
MANUEL MADRID DELGADO