Era todavía un adolescente cuando conocí a Don Antonio. Era un hombre de Dios. De palabra frágil pero de fe recia. Su voz débil no reflejaba lo que era su espíritu y su fortaleza de fe. Hombre de profunda fe y honda oración que no tenía nada que ver con ñoñerías de espiritualidad fácil y aparente. De una austeridad ejemplar porque él la vivía, y de un desapego a las cosas digno de mencionar. No tenía nada, por no tener jamás tuvo casa propia ni propiedades.
Durante un tiempo fue mi párroco y mi rector a la vez, en tiempos difíciles y he de confesar que soy sacerdote por él, porque el obispo de entonces jamás me habría ordenado. Confiaba tanto en mí y me quería tanto que “dio la cara por mi” y se la jugó con valentía. No le fallé. Es verdad que se desvivía por sus curas y siempre estaba. No era Obispo de despacho. La cercanía con la gente y con sus curas la sentía, la vivía, la expresaba y le dedicaba tiempo. No fue Obispo gestor, fue Obispo pastor.
Era un hombre y un sacerdote curtido en la escucha siempre serena y sin prisa y de palabra acertada que además transmitía paz y serenidad. Con él aprendí a hacer homilías durante el tiempo de mi diaconado; cada sábado por la mañana dedicaba su tiempo a enseñarnos y además lo hacía en clima de oración para que lo que luego debíamos transmitir saliera del corazón y la vivencia y no solo del conocimiento. Propio de un hombre de Dios y de profunda oración. Tengo múltiples ejemplos con él al respecto, no importaba la hora. “Aquel día que me atrasé en mi llegada al Seminario, ya en el último año, y al entrar por la puerta me encuentro que estaba esperándome en pijama en la capilla y no se acostaba hasta que no llegara”. Solo para decirme: “vienes tarde y no me gusta, pero mañana hablamos. Buenas noches”.
Siempre de buen talante, alegre y cariñoso, hombre de poco ruido, salvo cuando juagaba el Real Madrid y marcaba algún gol, que él lo celebraba sin rubor.
Obispo cercano a los pobres y humildes de su Diócesis. En Cádiz es conocido de todos su cercanía a marginados, inmigrantes, gente de la calle…” el Obispo de lo social” que ponía rostros a las necesidades. En Ceuta con toda su problemática de inmigración siempre daba la cara y era ejemplo de sensibilidad social y de defender siempre al débil. ¡No le estorbaban los pobres!.
Ha muerto Don Antonio Ceballos, pero su semilla sembrada en el surco de la vida por donde pasó, queda ahí para siempre. No ha muerto, se ha ganado estar en la “casa del Padre” y esta nueva etapa de su vida, al resplandor de quien es la Luz verdadera, nos sirve a todos y nos ayuda a todos. Predicó y sembró con el ejemplo y esa herencia se queda para siempre.
Se va a la casa del Padre con 87 años después de sesenta años de servicio pastoral y cinco de Obispo en Ciudad Rodrigo y dieciocho en Cádiz-Ceuta.
Fue tremendamente humano y eso lo hizo ser “divino” y rezumar a Dios y evangelio y eso queda sembrado para siempre. Como dijo un día el Obispo Casaldáliga, ahora el Señor le dirá: “Antonio, ¿has vivido, has amado? Y él sin decir nada, abrirá su corazón lleno de nombres”. Y detrás de cada nombre una vida, una historia, tal vez un sufrimiento del que nunca huyó y siempre lo hizo suyo. Por eso su vida ha sido “pan partido en la mesa de la vida” como la de Jesús.
Hermano, amigo, compañero y Obispo has llegado a donde siempre quisiste llegar: a la Casa del Padre. Ojalá nos veamos y nos reconozcamos y riamos juntos recordando historietas, y tú con tu sonrisa siempre puesta y tu voz quebrada sigas alabando siempre al Padre tal y como nos enseñaste.
Julio Millán, cura de Jaén