REPASANDO PAPELES HE DESCUBIERTO QUE
EL 28 DE JUNIO DE 1924, NACIÓ EN LINARES
D. PEDRO CÁMARA
1º CENTENARIO DE SU NACIMIENTO
Es bueno recordarlo
Don Pedro Cámara Ruiz «In memoriam»
por Francisco Juan Martínez Rojas | 23/Ago/2016 | Artículos de opinión
Ayer se celebró el funeral ‘de corpore insepulto’ de D. Pedro Cámara Ruiz, uno de los sacerdotes más queridos y admirados en la Diócesis de Jaén, por su entrega al Evangelio y al servicio de la Iglesia. Como homenaje de reconocimiento y agradecimiento, ofrezco el texto de la homilía que pronuncié en sus exequias.
¡Ojalá que por la intercesión de Don Pedro, que dedicó al Seminario gran parte de su vida, el Señor conceda nuevas vocaciones sacerdotales a toda la Iglesia, y en especial a la Diócesis del Santo Reino!
HOMILÍA EXEQUIAS DON PEDRO CÁMARA RUIZ
(22-08-2016) – Catedral de Jaén
Ap 14,13; Sal 23; Jn 17, 24-26.
En este mismo espacio celebrativo de la Iglesia madre de nuestra diócesis, en el que nuestro hermano Don Pedro Cámara, canónigo de esta Catedral, celebró tantas veces la Santa Misa, en muchas ocasiones en sufragio por los difuntos, nosotros celebramos hoy la Eucaristía por su eterno descanso. La Iglesia de Jaén celebra esta tarde, gozosa, aun en medio del dolor, la Pascua de Don Pedro, la Pascua de uno de sus sacerdotes más señeros y reconocidos, más entrañables, que a lo largo de su extensa vida sacerdotal, marcada siempre por una entrega incondicional a Cristo y a su Iglesia, ha servido a nuestra diócesis en distintas y numerosas misiones y encomiendas.
Por eso, nuestra Eucaristía esta tarde tiene un marcado carácter de acción de gracias, más aún si cabe, al hacer memoria agradecida de la vida y la entrega sacerdotal de don Pedro. Memoria que se transforma en oración esperanzada y suplicante al Dios de la vida para que le conceda el descanso eterno y le haga partícipe de la felicidad plena, que sólo Él nos puede conceder.
La comunión de los santos nos empuja a orar por nuestros difuntos, como hacemos hoy por don Pedro. La imperfección de nuestra vida, el peso del pecado en nuestra existencia, la falta de correspondencia al amor de Dios, que enturbia nuestra amistad con el Señor con el pecado, hace necesario que necesitemos la misericordia de Dios, y tengamos que abrirnos a su perdón, porque no somos ángeles perfectos, somos sólo seres humanos. Y los sacerdotes somos los primeros que tenemos que enfrentarnos a nuestra débil condición para experimentar la misericordia sanadora de Dios y ser así ministros de su misericordia, o, como dice el profeta Isaías, podamos consolar al pueblo de Dios con ese regenerador bálsamo del perdón, que sólo de Dios puede venir y cicatrizar la herida que el pecado produce en la vida del hombre. Sólo así nuestro ministerio, queridos hermanos, es un servicio a la misericordia y a la ternura de Dios por nosotros, como estamos recordando de modo especial en este Año Jubilar Extraordinario de la Misericordia.
¡Qué bien entendió esto el beato cardenal John Henry Newman cuando escribía, dirigiéndose a los fieles estas palabras!:
«Si vuestros sacerdotes fueran ángeles, hermanos míos, ellos no podrían compartir con vosotros el dolor, sintonizar con vosotros, no podrían haber tenido compasión de vosotros, sentir ternura por vosotros y ser indulgentes con vosotros, como nosotros podemos; ellos no podrían ser ni modelos ni guías, y no te habrían llevado de tu hombre viejo a la vida nueva, como ellos, que vienen de entre nosotros».
Así ha sido y es don Pedro: entrañablemente humano. No un ángel, sino un hombre que, como dice la carta a los Hebreos de todo sumo sacerdote, fue «escogido de entre los hombres en favor de los hombres» (5,1) para ser predicador del Evangelio, ministro de la misericordia y la ternura de Dios, modelo y guía del rebaño que la Iglesia le encomendó a lo largo de su fecundo ministerio sacerdotal, anunciador y pregonero de la vida nueva y definitiva que nos viene por la muerte y la resurrección de Cristo.
A lo largo de su dilatado ministerio sacerdotal, don Pedro ha sido coadjutor, párroco –San Félix-, vicario episcopal, director espiritual del Seminario, miembro de los distintos consejos diocesanos, delegado episcopal para el clero, etc. En tan diversas misiones, una única realidad unificó los esfuerzos evangelizadores de don Pedro: como afirma Jesús en el evangelio, mostrar la gloria de Dios a los que el Padre le había confiado, dar a conocer el nombre de Jesús, el único nombre en que podemos ser salvos, para que el amor de Dios estuviese en las personas que entraban en contacto con él. Y creo que de esa esperanzadora y gratificante realidad muchos podemos dar testimonio de cómo hemos experimentado ese amor misericordioso de Dios a través de la confesión, de sus predicaciones, de sus conversaciones… Hombre de Dios, hombre de Iglesia, nadie podía salir triste ni contrariado tras hablar con don Pedro.
Como alguien ha escrito de los sacerdotes, nuestro hermano ha vivido en medio del mundo sin ambicionar sus placeres, ha sido miembro de cada familia, sin pertenecer a ninguna; ha compartido todos los sufrimientos, ha penetrado todos los secretos, ha perdonado todas las ofensas, ha sido pontífice haciendo de puente incansablemente entre los hombres y Dios para ofrecerle sus oraciones, ha traído el perdón de Dios a los hombres para colmarlos de esperanza; ha tenido un corazón de fuego para la caridad, para enseñar y perdonar, para consolar y bendecir siempre.
Y por eso, la vida de Don Pedro ha sido una bendición para muchas personas y para esta Iglesia de Jaén. Por ello damos gracias esta tarde a Dios, fuente y origen de todo bien y de toda bendición, y le pedimos que tenga misericordia de nuestro hermano sacerdote y acoja todo lo bueno que ha hecho a lo largo de su dilatada y rica vida.
En una ocasión, me comentaba don Pedro el trabajo que le supuso, siendo director espiritual del Seminario, preparar todos los días la plática para los seminaristas, que les impartía antes de irse a dormir. Y me decía que confiaba que tanto esfuerzo le sirviera cuando tuviese que presentarse ante el Señor y rendirle cuentas. Confiamos todos en que su rico y fecundo trabajo ministerial sí le servirá cuando se presente ante Jesucristo, juez de vivos y muertos, y en él se cumplirá lo que escuchábamos en el libro del Apocalipsis: «Dichosos ya los muertos que mueren en el Señor! Sí (dice el Espíritu), que descansen de sus fatigas, porque sus obras los acompañan».
La vida de don Pedro tuvo un secreto, una única clave de interpretación: Jesucristo. A través de Cristo, nuestro hermano conoció a Dios y lo dio a conocer, comprendió el misterio de la vida y el enigma de la muerte, y supo, y así lo vivió y predicó, que «fuera de Jesucristo, no sabemos lo que es nuestra vida, ni nuestra muerte, ni Dios, ni nosotros mismos» (Pascal, Pensamientos 548). Ésa es la única y auténticamente válida clave de interpretación de todo. En el misterio de Cristo, el misterio del hombre se esclarece. Sin Cristo, el ser humano es un absurdo cuyo único destino parece ser la nada, la aniquilación tras la muerte. Enraizándose en Cristo, don Pedro fue un hombre feliz, bienaventurado, y con su ministerio hizo felices a muchas personas, con el amor y el consuelo que vienen de Dios, y que nos da esperanza ante el hecho ineludible de la muerte.
Que esta Eucaristía, que tantas veces celebró don Pedro con unción, recogimiento y dignidad, con constancia diaria desde su ordenación, sea para él medicina de inmortalidad. Que por la intercesión de la Santísima Virgen, San Pedro Poveda, los beatos Manuel González y Manuel Lozano Garrido, y todos los demás bienaventurados de nuestra Iglesia diocesana, la vida de don Pedro, en el cielo, siga siendo, como lo fue ya en la tierra, un canto de alabanza al Dios uno y trino, al Dios que es amor y misericordia infinita.
Dos amigos en los Cielos: Pedro y LOLO
por Rafael Higueras Álamo | 23/Ago/2016 | Artículos de opinión