ENTREVISTA
ANTONIO GUTIÉRREZ MEDINA “EL VIEJO”
Desde hace años lo llevo intentando y siempre una misma frase, y una misma actitud, y alguna misma excusa para huir de esta página de entrevistas.
Antonio se niega a ser entrevistado: “Yo no he hecho nada de importancia”. Me dice una y otra vez. Yo le respondo, entonces, derrotado por tanta humildad, que es uno de los hombres que más ha hecho por nuestra juventud. Sonríe y continúa negando: “No he hecho nada, yo no he hecho nada”. Le explico que sólo pretendo dejar una constancia de su labor, de su esfuerzo, de su entrega a los demás, que sólo quiero –porque hoy todos lo saben y reconocen–, que el día de mañana las futuras generaciones sepan también, de algún modo, que tuvimos la suerte de contar en nuestros días con un gran hombre, con un “Viejo” que es más joven que todos esos chavales juntos con los que convive, y forma y anima diariamente.
Se trata, Antonio, de quedar un día y hacerle unas preguntas.
–No, no, imposible… Mañana voy a Jaén, el viernes y sábado he de estar en “La Patera” con los juegos deportivos, la semana que viene…
Y me lo dice tan en serio, tan fijo en la idea, que yo diría que más que miedo a las respuestas, a hablar de sí mismo, es terror.
–Mira, tú lo que tienes que hacer, en todo caso, es un comentario de esto, sin más, pero sin mentarme a mí siquiera…
Le pillo la palabra. Tomo entonces un bolígrafo de su mesa y un trozo de papel, una “nota de entrega”, y me dispongo a “tomar algunos datos”. Estamos en un pequeño cuarto de la sede de Acción Católica. Es un cuarto pequeñísimo, empapelado con cientos de décimos de lotería, de eso que no toca en navidad, y cuyos beneficios han servido, año tras año, para poder adquirir material, y terrenos para competiciones y, sobre todo, esos campamentos de La Barrosa que hoy en día son el orgullo y el disfrute de miles de niños y jóvenes de Úbeda. Es tan pequeño que apenas cabemos los dos sentados. Se asoman a la puerta un par de muchachos y piden –llamándolo “Viejo”, siempre “Viejo”–, cambio para jugar al futbolín, y una pelota, de colores, para jugar el ping-pong… Y a todos atiende con paciencia de santo y agrado de hombre bueno.
Yo también anduve por aquí, Antonio, ¿se acuerda?
La sede apenas ha cambiado desde aquellos años de mi infancia, a la que íbamos atraídos sobre todas las cosas por el deporte, con la intención de participar en los campeonatos que se organizaban. También entonces había futbolines y mesas de ping-pong, a precios más que módicos, ¡pero había también tan poco dinero en nuestros bolsillos!… Mas en esos días, como ahora, “El Viejo” al tanto de todo, pendiente de nosotros, atento a nuestros ruegos y a nuestras exigencias… Y siempre “El Viejo”. Desde el principio “El Viejo”, pese a que por entonces a penas llegaba a los treinta.
¿Por qué eso de “El Viejo”, Antonio?
–Es algo que nunca me ha molestado. Surgió como expresión de cariño. Cuando empecé a relacionarme con los niños y jóvenes, de tú a tú, me veían, lógicamente, mayor, y sin embargo me tenían como a uno más, de ahí que para ellos y entre ellos fuera eso, “El Viejo”.
Se puede saber su edad exacta.
–Desde luego. Nací en Jódar el 10 de agosto de 1924.
¿Cómo fue su encuentro con Úbeda?
–Vine a Úbeda por cuestiones de trabajo. Para ser sincero te diré que llegué, como mandadero, a “El Teatino”, el cortijo del general Saro. Tenía yo entonces unos catorce años.
¿Es cierto que esta dedicación a los jóvenes vino como consecuencia del enorme dolor que sintió por la muerte de su prometida?
–Mi novia murió en el año cincuenta y uno, es cierto, después de seis años de relaciones. Para mí fue un golpe muy duro porque la amaba verdaderamente. Pero hemos de desmitificar los sucesos, yo no hice entonces promesa de nada, ni dije a nadie eso de no poder casarme con otra, ni de que yo dedicaría como consecuencia mi vida a una causa relacionada con la juventud, nada de eso, es más, tuve después algunas otras intentonas de ponerme novio, pero no cuajaron. Así me vino la vida y así la acepté. Ten en cuenta que hasta dos años después de su fallecimiento yo no empecé a dedicarme a esto de los jóvenes.
¿De qué has vivido?
–Hombre, pues de mi trabajo, de mi pequeño negocio en el mercado. Después de hacer la mili levanté el puesto y he permanecido en él hasta que me jubilé.
Tal ve su obra cumbre, aparte de esa labor impresionante, callada y profunda con los chavales de varias generaciones, sea los campamentos.
–Primero viajamos a Burgos, hace ahora cuarenta años. Fuimos dieciséis, y al segundo año treinta y dos. Luego a Málaga con ciento sesenta. Después a una zona de Valencia, El Perelló, y al año siguiente a Mareny de Barraquetes. Por último a la Plaza de la Barrosa, pero a una zona de pinares que nos cedieron. Dos años más tarde nos aposentamos definitivamente en el mismo lugar en que seguimos, que es de nuestra propiedad.
¿Cómo se lleva con los de Chiclana?
–Extraordinariamente, me muestran gran afecto, igual que yo a ellos.
Usted, Antonio, fue nombrado “Hijo Adoptivo de la Ciudad de Úbeda”. ¿Supuso esto algo especial?
–Al principio no me gustó, no me fue agradable, yo no tenía méritos. Luego me emocionó profundamente.
¿Por qué, Antonio, tanta humildad? ¡Claro que ha hecho! ¡Y mucho!
–Mira, a cada persona le da por algo, por ir a los bares, por el cine, por leer…, a mí me dio por estar con los jóvenes, eso no tiene mayor importancia. Luego, como, por lo que sea, no me he casado, esta circunstancia ha hecho que disponga de mayor tiempo libre. ¿Ves?…, pues ese tiempo es el que he dedicado a esto. Es mi distracción. Y punto.
Sea sincero, Antonio, y también lo ha hecho por alguien más. ¿No?
–Bueno, eso desde luego que sí. Yo todo lo hago primero por Dios. y cuando he tenido momentos de dificultad, momentos desagradables he mirado arriba y he pedido ayuda. Sí, es cierto, de no ser por Él seguramente yo no estaría aquí.
Intento hacerle una nueva pregunta…, pero es imposible.
–Tú ya, con lo que te he contado, que ha sido mucho, haces un comentario, pero eso de entrevista no, ¿eh?, que “yo no he hecho nada de importancia para que se me entreviste”.
De acuerdo, Antonio, de acuerdo…, no ha hecho nada. De todos modos gracias por cuanto ha hecho. Y perdón.
RAMÓN MOLINA NAVARRETE
(Publicado en IBIUT, Año XVIII, Núm. 102, junio de 1999)