INTERESANTE: JUSTICIA SOCIAL

PERIODISTA DIGITAL: Javier Espinosa Martínez.

Esta segunda visita del presidente de Argentina a España para recibir algunas condecoraciones no ha dejado indiferente a nadie por el rechazo de algunos y por la admiración de muchos. Incluso se han abierto debates en algunos medios, refiriéndose entre otras cosas a sus manifestaciones sobre la justicia social.

Personalmente creo que Milei tiene razón cuando afirma que el socialismo es una máquina de crear pobreza, pobreza en la clase media y trabajadora; riqueza para la casta dirigente.  La historia y la realidad actual así lo ponen de manifiesto: la mayor parte de los países bajo regímenes socialistas son pobres, pero sus dirigentes son ricos.

Pero creo que Milei no tiene razón cuando la receta que da para que la sociedad prospere es el capitalismo liberal, más bien, el capitalismo libertario. También la historia y la realidad actual nos muestran que tampoco esa fórmula acaba con las desigualdades.

Es posible que sus teorías libertarias -dejándolo todo en manos del mercado, sin apenas intervención de Estado- puedan servir como medicina de choque en un país como Argentina, arruinado por el socialismo durante más de cien años; pero también es evidente que el capitalismo liberal -aplicado en la mayoría de los países del “primer mundo”-, sin ser tan extremo como el capitalismo libertario, tampoco ha resuelto los problemas, en particular, el problema de la pobreza, ni en el interior de los propios países, ni en un mundo globalizado como el que estamos viviendo.

La pobreza en los países desarrollados no sólo no ha desaparecido, sino que en muchos casos ha aumentado. En España por ejemplo, una de cada cinco personas lo es según los datos oficiales. Son pobres, personas con trabajo, pero con salarios muy bajos. Personas sin trabajo, jóvenes sin perspectivas de futuro que viven con sus padres, no aparecen en las estadísticas. Personas mayores de cincuenta años sin trabajo y sin posibilidad de encontrarlo, personas mayores con pensiones muy bajas, en muchos casos viviendo solas, etc. Para todos ellos “el mercado” no ha sido capaz de dar una respuesta.

Tampoco este modelo liberal ha resuelto el problema a nivel global: los países ricos, desde tiempos de las colonias, se han dedicado a la explotación de los recursos de aquellos países que en su día dominaron y hoy, desde su posición de fuerza, siguen haciéndolo, mientras sus habitantes, en situación extrema de pobreza -a pesar de vivir en países ricos en recursos naturales-, se ven obligados a emigrar. La crisis migratoria que estamos viviendo no es posible entenderla y mucho menos resolverla, sin abordar esta realidad tremendamente injusta.

Como libertario ortodoxo, el presidente de Argentina también se refiere a la justicia social. Lo hace tachándola de “profundamente injusta”, “violenta”, “destruye la igualdad ante la ley”, etc. Además, dice que son los socialistas los que creen en ella.

Para él, es el mercado el mejor órgano de cooperación social y son los precios, según él, una de las mayores invenciones en la historia de la humanidad. De todas estas afirmaciones discrepo, no como economista, que no lo soy, sino como católico, que sí es el caso.

Desde finales del siglo XIX, no hay ninguna otra institución que se haya referido en tantas ocasiones a la justicia social -me atrevería a decir que lo han hecho todos los papas desde entonces- de modo reiterado: lo han dejado plasmado en la Doctrina social de la Iglesia, que para los católicos ha de ser nuestra guía de comportamiento en la sociedad. En ella vamos a encontrar aquellos principios y valores que nos va a permitir discernir sobre los problemas que la sociedad tiene planteados y, en consecuencia, tener un criterio recto para actuar.

Por eso creo que no se puede hablar de justicia social sin referirse a la doctrina de la Iglesia. En mi modesta opinión, el presidente de Argentina no hablaría de ella como lo hace, si la conociera.

En este punto debo decir que la Iglesia condena y ha condenado desde que aparecieron y a lo largo de la historia, tanto los regímenes socialistas como los regímenes capitalistas liberales. En ambos casos y entre otras cosas, por la consideración que hacen de la persona humana. En ninguno de los dos sistemas se tiene en cuenta su dignidad: los socialistas porque le privan de libertad y lo convierten en una partícula de una gran masa manejada a su antojo por las élites gobernantes, generalmente dictaduras. Los capitalistas liberales porque lo consideran una pieza más del entramado económico, sometido a las leyes de la oferta y la demanda y por tanto, al albur de los más poderosos.

La Doctrina de la Iglesia no propone un sistema político alternativo. La Iglesia nos plantea una serie de principios y valores para que, como digo, seamos los católicos de a pie y las personas de buena voluntad quiénes, en cada circunstancia, adoptemos nuestra propia decisión.

Para saber lo que la Iglesia entiende por justicia social, debemos conocer los principios en los que se basa.

El primero de ellos es el de la dignidad de todo ser humano, por la cual tenemos una serie de derechos intrínsecos e inalienables. Nadie puede privarnos de ellos. No quiere decir que el Estado deba proveérnoslos en todos los casos, pero sí debe crear las condiciones legales y sociales para que todos podamos acceder a ellos. A partir de ahí, dependerá de cada uno de nosotros. Sólo en casos especiales de catástrofes, guerras, etc., el Estado debe auxiliarnos mientras perdure esa circunstancia. En virtud de nuestra dignidad, tenemos derecho a ser libres y dueños de nuestro destino, cosa que hemos visto que los regímenes socialistas no respetan, y tenemos derecho a que nadie nos instrumentalice, como hacen los regímenes capitalistas liberales, al considerarnos solamente un insumo más de la cadena productiva.

El destino universal de los bienes es otro de los preceptos a tomar en consideración: Dios crea el mundo, no para el uso y disfrute de unos pocos como hoy está ocurriendo, sino para que todos disfrutemos de él. No es justo que una pequeña parte de la humanidad disponga de la mayor parte de los recursos y la mayor parte de ella, entre el 80% y el 90% de la población, sólo disfrute de una pequeña parte, se dice que entre el 10% y el 20% de los recursos.

En este contexto, la Iglesia defiende el derecho a la propiedad privada, pero no como un derecho absoluto, sino como un derecho condicionado por el anterior. No se opone a que con nuestro esfuerzo consigamos acumular un patrimonio. Lo que nos dice es que no podemos considerarlo como absolutamente propio, sino que nos debemos considerar como administradores del mismo, no olvidándonos de los más necesitados, de los más pobres, de los últimos. Nadie puede poner en duda que la Iglesia, desde sus orígenes, siempre se ha preocupado de sus necesidades y ha estado a su lado.

Finalmente, la Iglesia nos propone aderezar todo lo anterior con nuestra regla de oro: el amor, sin el cual nada tendría sentido. Es el amor el que cohesiona, el que nos hace solidarios, en definitiva, el que nos hace hermanos.

La Iglesia no condena “el mercado”, todo lo contrario, pero es consciente que dejando que actúe sólo con sus propias leyes, sin tener en cuenta las consideraciones anteriores, se transforma en un monstruo “profundamente injusto”, “violento” y “destruye la igualdad ante la ley”, porque ésta, estará dictada por los poderosos.

Esto siempre ocurrirá porque los hombres somos imperfectos y en general, egoístas. Por eso “el mercado” debe modularse con la justicia social que se consigue aplicando estos principios que la Iglesia nos propone. Si los católicos queremos ser coherentes con nuestra fe, debemos tenerlos presentes.

Colaborador de Enraizados