SEMBLANZAS: JESUITAS

P. LUIS ESPINA CEPEDA, S.J. 

Almonte (Huelva) 24/01/1939 – Málaga 08/12/2021 

Conviví durante 16 años con Luis (1976-1992) en una pequeña comunidad en el barrio de La Isleta de Las Palmas de Gran Canaria. Él era Director de Radio ECCA (sustituto del fundador Francisco Villén) y, luego de la transformación jurídica, Director General de la Fundación ECCA. Desarrolló la idea carismática de Villén en la sólida institución que es hoy, implantó el sistema ECCA en la Península, América Latina y la inició en África. Su enorme capacidad de gestión la siguió desarrollando en las Escuelas Profesionales SAFA, en la Fundación Loyola y como Provincial de la Provincia Bética (y desde ahí impulsando la creación de una Universidad de la Compañía en Andalucía). 

Como gestor todo lo hizo bien, pero “no se lo creyó” . Siempre fue más hombre de escucha y de consenso que de decisiones. Solía decir: “yo lo mejor que tengo es ser de pueblo”; y no de cualquier pueblo sino almonteño, es decir rociero y también cabezón dicho en el mejor sentido de la palabra. Sin ser un revolucionario “tiratapias” cuando veía una causa justa allá que iba sin miedo. Estando en Inglaterra un verano de sus estudios teológicos, escribió un artículo para El Ciervo que causó el primer secuestro de un medio escrito bajo el amparo de la Ley de Prensa de Fraga. Y logró ser recibido para entrevistarlo por el pastor y líder político unionista de Irlanda del Norte Ian Paisley, quien al enterarse de que era jesuita lo sacó literalmente en vilo y lo puso en la calle. 

De nuestra convivencia en Las Palmas destacaría su pasión pastoral: parecía que deseaba aparcar su trabajo de despacho para colaborar en las parroquias del barrio o, en sus vacaciones, sustituir a algún párroco de las islas menores (contaba como en el último rincón de la isla del Hierro se encontró a un jesuita ¡que cultivaba violetas!). Cuando acabó su última etapa como gestor en la Fundación Loyola se entregó en cuerpo y alma a lo suyo, a preparar y dar Ejercicios: en menos de diez años dio más de noventa tandas. 

Su trabajo en ECCA le obligaba a viajar mucho; normalmente más de un tercio (a veces la mitad) de los días del año los pasaba viajando (y le encantaba contarle sus viajes al entrañable hermano Miguel Ramírez para picarlo a que dijera “no preguntes dónde están los de ECCA, pregunta dónde no están”). Y esas ausencias le hacían desear más volver a la pequeña comunidad; era profundamente hogareño y ansioso de pasar tiempo en casa, leyendo, conversando, celebrando juntos la Eucaristía. 

Pero, para mí, fue sobre todo un amigo. Cultivador de la amistad y leal hasta sus últimas consecuencias. 

Permítaseme terminar esta reseña con los versos de Miguel Hernández: 

A las aladas almas del almendro de nata te requiero que tenemos que hablar de muchas cosas compañero del alma, compañero. 

Fernando Motas, S.J. 30-12-21 

P. ANTONIO JOSÉ ORDÓÑEZ MÁRQUEZ, S.J. 

Baena (Córdoba) 28/02/1974 – Barcelona 06/02/2021 

LOS AMIGOS: REGALO DE DIOS 

“Me han diagnosticado cáncer de páncreas y me voy a morir antes de Navidad. Pero estoy muy contento de que volvamos a ser compañeros de comunidad”. Antonio me mandó un mensaje de este tono pocos días después de que le comunicaran la enfermedad. Yo le había escrito desde Loyola para decirle que el provincial me enviaba a vivir a Llúria (Barcelona). Enseguida le llamé y entre otras cosas le dije: “¡Antonio, ¿cómo me comunicas esto así?”. Su respuesta: “¡Contigo no hace falta echarle azúcar!”. Entonces me comentó que se trataba de un cáncer terminal y que estaba preparado para afrontar la muerte y disponerse para el encuentro con Jesús. El 20 de julio de 2020 escribía en su blog: “Siento ser yo el que da la noticia, pero prefiero hacerlo. Es más humano, une nuestros hilos interiores con el otro y nos permite ser y sentirnos vulnerables”

Esta anécdota refleja bien la intensidad, la espontaneidad y la entereza con las que Antonio vivió su muerte. Lo hizo con las mismas con las que vivió la vida. Sus últimos días, antes de contraer el coronavirus, fueron difíciles. Se encontraba cada vez más débil y a pesar de las esperanzas, intuíamos que habíamos de prepararnos –si es que se puede- para despedirle. Con todo, Antonio afrontó el final como si ya estuviese maduro para ello y acogiéndolo con un tierno espíritu de confianza, de fe. En nuestra última conversación a fondo, pocos días antes de fallecer, insistía en que para él este era un tiempo para prepararse bien al encuentro con el Señor. También comentaba cómo le dolía el sufrimiento que en otros podía causar su muerte, especialmente en sus padres. Buena es esta afirmación suya para ilustrar su intensidad existencial: “Y alguno se preguntará… ¿y qué clase de ultramaratón ha corrido el Antoñito? Pues el de la vida más intensa” (Entrada de su blog, 5 de febrero de 2013). 

En realidad, hacía ya mucho que la carrera definitiva había aparecido en su horizonte. Quizá por ello, vivía todo con tanta pasión. Aproximadamente un año antes del diagnóstico, Antonio vino a Loyola para un curso. Como siempre que venía, me buscaba para que pudiésemos dedicar un rato a charlar y a compartir. Aquella tarde dimos un paseo de unas dos horas por la huerta del santuario. Fue un intercambio profundo, de verdadera conversación espiritual en el mejor de los sentidos ignacianos: comunicación donde emerge la experiencia de Dios. En un momento nos detuvimos juntos en el cementerio donde reposan los restos de nuestros compañeros de tantas generaciones. Comentamos cómo nos gustaba y la devoción que despertaba en nosotros ese lugar. Rezamos. Y de pronto me soltó: “Si me muero pronto, por favor, enterradme aquí”. Le respondí que quizá fuese él el que tuviese que sepultarme allí porque no podíamos saber a quién le llegaría antes el momento. Bromeamos, nos reímos y seguimos caminando. Aquel deseo lo llevaba muy dentro. Aparecida la enfermedad se lo comentó a Enric Puiggròs, nuestro superior en Barcelona, y a sus propios padres. Loyola era para él hogar y descanso. Y como para San Ignacio, lugar donde rendir definitivamente la vida. 

Conocí a Antonio desde nuestros primeros pasos en la Compañía. Le recibí en el noviciado, compartimos comunidad en varias ocasiones y he sido testigo privilegiado de sus meses finales. Por las palabras de aquella tarde, y por otras intercambiadas en los últimos tiempos, me di cuenta aún más de que tenía ante mí a una persona de una pasta humana considerable, amasada por el Señor y por la vida en muchos acontecimientos que leía con verdadera sabiduría, aceptación y libertad. La perspectiva de la muerte era para él una experiencia de Vida y de comunión. 

Así lo expresaba en un poema que escribió durante la tercera semana del mes de Ejercicios de su Tercera Probación: 

Me arrancas de la tierra,
me sacas de ella con violencia
de mi tierra,
de mi oscuridad y de mis tinieblas. Y de mi mismo. 

Y me pegas a tu cuerpo ensangrentado en la cruz palma con palma,
brazo con brazo, 

costado con costado, pies con pies. 

Y me empapo de tu sangre, de tu hiel y de tu muerte. 

Y ya estoy muerto. 

Pero esta muerte no es mía, esta muerte ya no es mía. Porque fuiste el precursor
de mi muerte y de mis muertes de mis llagas y mis clavos 

de mis cañas y coronas que me dañan.
Ya no dañan. 

Señor de mis dolores
que ya no son mis dolores.
Te anticipas, vas delante hasta en mi muerte
y no me dejas. 

Señor de mis sepulcros, quédate conmigo en ellos en los oscuros sepulcros de silencios contenidos donde no nacen niños, donde ya yacen mis votos, donde pacen mis envidias, sueños rotos. 

Señor de vivos, y no de muertos, quédate conmigo en ellos

La muerte, la vida misma, Antonio la acogió con gran pasión e intensidad. Por eso, a los pocos días del primer diagnóstico, pudiendo haber reaccionado de otros muchos modos, se pronunció así: “Vaya aventura que me ha tocado vivir” (Twitter. 10 de julio). Se trataba pues de eso, de una intensa aventura. 

LOS ÚLTIMOS MESES 

Quienes hemos sido testigos de lo vivido por Antonio desde el diagnóstico del cáncer hemos percibido algunos trazos en los que afloraba lo que él era en verdad. Hemos comentado en muchas ocasiones, cuando los compañeros nos sosteníamos unos a otros en este proceso de enfermedad, que Antonio no paraba de dar las gracias. Gracias por las cosas grandes, por la vida, por la familia, por la vocación, por la amistad… y gracias también por las pequeñas cosas de cada día. Vista la frecuencia con la que expresaba gratitud en los últimos meses – a veces le teníamos que decir que ya estaba bien…-, no sería de extrañar que sus últimas horas en la soledad del hospital, fuesen un canto de acción de gracias. Tantas conversaciones con él me han hecho pensar que había hecho propio lo más genuino de la Contemplación para alcanzar amor de los Ejercicios: agradecimiento y voluntad entregada. Y él mismo lo expresaba tiempo atrás: “Se puede vivir desde la murmuración o desde el agradecimiento, pero sólo desde una se sigue a Jesús”. Aunque tuvo sus “luchas” con Dios en este tiempo, pocas veces le oímos quejas –a las que tenía todo derecho-. Y eso lo transmitió incluso a los jóvenes con los que trabajaba. Lo recordaba Blanca al comienzo de su funeral en Barcelona: “Si algo nos has enseñado en estos últimos meses es que si andamos de la mano de Dios, no hay que temer, sino vivir agradecidos”. 

En este sentido, alguien con menos de cincuenta años bien podría haber afrontado la enfermedad queriendo llevar el timón. Pero se entregó. Sobrecogía ver cómo se mostraba confiado y dócil ante las peticiones y sugerencias de los compañero, del superior de la comunidad, etc. Y eso, incluso cuando le costaba. Recuerdo tantas ocasiones en que le decíamos “vamos a pasear”, “sube para cenar con todos” o otros asuntos de mayor calado. Antonio se dejaba acompañar y se fiaba de otras perspectivas que no eran la propia. Para mí, como señalaré más adelante, ese rasgo era muestra de la gran libertad respecto de sí mismo que había alcanzado. Este era un aspecto que, entre otros, pone de manifiesto Gabino Uríbarri, quien le conocía bien desde los años de Bañeza, los del Pozo y, posteriormente los de acompañamiento espiritual: “Combinaba una mezcla curiosa de gran fogosidad y nerviosismo, con docilidad a las indicaciones de los superiores. Al menos conmigo”. 

Uno de los aspectos que notamos en Antonio en estos meses era cuánto le pesaba la disminución de sus fuerzas físicas, pues le impedían un apostolado más activo. Alguien tan inquieto y expansivo como él, tuvo que ir haciéndose a la idea de una pasividad fecunda. Con todo no dejó muchos de los acompañamientos de jóvenes hasta el final. Le daban vida y le hacían feliz. Por eso, hubo de ir resituando su misión, su ministerio y su lugar. Una de las últimas veces en que hablamos llegó a formular que habría que empezar a ver cómo vivir la dimensión apostólica de su enfermedad, porque desde ahí también podía servir al Señor y a los hermanos. Lo decía con lágrimas en los ojos, pero dejando transparentar el fuego del Evangelio que llevaba dentro. Así lo había compartido también a Enric Puiggrós, como señaló en la homilía de su funeral: “hasta el final fue un apasionado misionero y un apasionado pasional”. Ahora le tocaba vivir lo que de otro modo había ya expresado al pedir entrar en la Compañía: “entregarse a los demás por un amor que viene de Jesús”. 

JESUITA: APÓSTOL DE LA AMISTAD 

En el antecomedor de Loyola hay una famosa colección de cuadros que representan a jesuitas misioneros enviados a todas partes del mundo. La particularidad de esas representaciones es que cada jesuita va ataviado con el traje propio del lugar de misión. No se trata de una expresión folklórica, sino que es una manifestación del deseo de entrar hasta el fondo en la vida de las gentes y de los pueblos para hacer resonar mejor la Buena Noticia de Jesús –algo muy propio del carisma de la Compañía-. 

Pues bien, Antonio fue un poco como todos aquellos cuadros juntos. Tenía múltiples intereses que le llevaron a endosar con pasión los trajes más diversos y con ellos expresaba su particular forma de apostolado. Antonio era scout, maestro, cofrade, hombre de su pueblo y su familia, runner, esquiador, teólogo, bioético, educador de jóvenes en riesgo de exclusión social, acompañante espiritual, presbítero, pastoralista, monitor, jugador de rol, hasta barcelonés de toda la vida sin dejar de ser de Baena… Antonio se revistió también de poeta – ganó el primer premio de un certamen universitario en los años de filosofía-, de flautista… y ¡de aficionado a la relojería! Y todo era capaz de vivirlo inagotablemente con una pasión desbordante, multifacética expresión de su modo totalmente personal de experimentar la vocación. “Era un entusiasta de la vocación a la Compañía y no lo ocultaba” –señala Gabino, y eso lo expresaba con todo su ser, también en su talante orante y su preferencia por los pobres y los jóvenes. 

De los años de Roma, Sergio García Soto recuerda: “fueron en lo personal como fue toda su vida. Una intensidad enorme en lo académico con el ansia de formarse bien para servir a la Compañía y, por otro lado, prepararse y comenzar a ser sacerdote, siempre saliendo a las periferias. De su entrega pastoral recuerdo un reflejo de lo que vivió en otros lugares, siempre sensible a los más pequeños, apartados, a los que más necesitaban escucha, abrazo…. fue impresionante su entrega en un barrio de la periferia de Roma, con gente obrera, droga… Siempre con la inquietud de “bajar a los infiernos humanos y sociales” para tirar con su mano de los que allí estaban y siempre sintiéndose llamado a estar en medio del mundo: lo mismo iba a la inauguración de una discoteca en Roma, con algunos de los jóvenes del barrio de la periferia de Roma, a un partido de la Lazio, equipo del que se hizo seguidor como si fuera de toda la vida, o se iba a hacer una salida con los bomberos de Roma invitado por no sé quién que había conocido. Por último, vivimos cambio de General en Roma, lo que alimentó mucho nuestra vivencia del cuerpo de la Compañía y disfrutamos mucho de la verdadera vivencia de Compañía Universal, en el Bellarmino también estaba siempre atento a los compañeros que tenían dificultades”. 

Curiosa asociación de su modo de vivir la que él mismo hacía del deporte – últimamente había corrido varios maratones- y la vocación: “Últimos metros antes de la meta… Esa sensación tan bonita de entrar en meta y que lo primero que se pase por tu cabeza es #soyjesuita y #soyfeliz” (Tuit 18 de octubre de 2015). 

Podríamos enumerar las múltiples actividades que llevó a cabo Antonio por los lugares por los que pasó en su vida de jesuita (Sevilla, Madrid, Salamanca, Úbeda, Roma, El Puerto de Santa María, su amada y añorada Tierra Santa o Barcelona). Pero quisiera detenerme en un aspecto que quizá sintetiza el carisma propio de Antonio que le llevó a endosar “tantos trajes” en tantas tierras de misión. Y es que era sobre todo un apóstol de la amistad. Allí por donde pasaba, establecía lazos de amistad que han permanecido hasta el final. Muestra de ello son, por ejemplo, las múltiples eucaristías en su memoria que se han celebrado en diversas ciudades, incluso en Italia. Porque Antonio se entendía así mismo como amigo, comunicaba el Evangelio siendo amigo, buen amigo. No se escondía detrás de roles o papeles más o menos aprendidos. Era con la amistad –vivida con verdad y no como estrategia-, como anunciaba con su vida al Señor: “Conversaciones serenas y amistad. Eso es misericordia” (tuit 13 dic 2015) decía. Hemos encontrado fotos y libros en su cuarto casi todos dedicados por personas que le querían y le daban las gracias, junto multitud de objetos y cachivaches que le habían ido regalando como pequeños signos de amistad. 

En el Pozo del Tío Raimundo se hacía un “chaval” más, se hacía amigo de los muchachos y de la gente del barrio. Higinio Pi, que compartió con él aquellos años, señalaba cómo todos los monitores acababan exhaustos en el trabajo con los chavales; ¡Antonio era el único capaz de cansarles a ellos! Aún le recuerdo haciendo suyos tantos problemas y tantas situaciones de los chicos que vivían en el Colegio Menor Javichi–en Salamanca- cuando fue subdirector. Le gustaba ser sacerdote-amigo. Disfrutaba. Y vivía la eucaristía con una 

devoción y espontaneidad. Le encantaba vivir la experiencia de la comunidad que celebra la amistad con Jesús. Y gozaba, por ejemplo, casando a los amigos y disfrutando con ellos del gran día. 

Esta amistad también alumbraba su modo de estar en la Iglesia. Así lo señalaba el día después de su muerte un amigo suyo y compañero de clase de aquellos primeros años de Madrid: “Escribo este domingo con el impacto de la muerte de mi hermano y amigo jesuita Antonio Ordoñez. Ayer, entre las lágrimas de tristeza y la fuerza de la fe y la esperanza, reconocía cómo nuestra relación fue una de mis primeras y más grandes vivencias de la Iglesia. Diferentes como éramos nos reconocimos como hermanos y nos hicimos amigos. Siempre me acompañó, aunque quizá no pueda yo decir lo mismo. De los dos, él era el mayor. Con él y con muchos otros, que no nombro por no olvidar, la Iglesia cumple su misión de fraternidad. Con él y con muchos otros, la Iglesia sabe estar fraternamente unida en todos los lugares y ámbitos posibles: unos más en la frontera, otros más en el corazón de la Iglesia. […] Hoy solo quiero recordar a este hermano de muchos a quien, con tristeza y esperanza, agradecemos su amor alegre y libre, y con quien hemos recorrido parte del camino que nos conduce al Padre y a la plena comunión de toda la familia humana” (José F. Juan Santos, Vida Nueva Digital). De otros muchos amigos y amigas han llegado testimonios así. 

Creo que muchos de nosotros podemos decir que en él hemos tenido sobre todo un amigo. Y por eso se nos hace difícil su marcha. En su manera de ser amigo, Antonio encarna lo que significa la muerte de aquellos que nos han querido a nosotros, la de quienes sabemos que nos han amado. Y cuando caemos en la cuenta de ello, brota la gratitud y también la incapacidad de callarlo o guardarlo solo para nosotros: porque sabernos queridos despierta en nosotros nuestra mejor capacidad de amar. Y Antonio ha sido capaz de hacer brillar a través de la amistad lo mejor de cada uno. De Antonio se puede decir aquello que Hugo Rahner señaló de San Ignacio: “En verdad el corazón desbordante de Ignacio encontró eco en el de sus amigos; si no se hiciese mención a estas amistades desfiguraríamos el retrato de nuestro santo”. O aquello que Josep Rambla, último acompañante espiritual de Antonio, señaló en una ocasión a propósito de San Pedro Fabro: “la amistad era la base de su apostolado: su amistad era apostólica y su apostolado, amistad”. No es casual que Antonio llamase a Cristo en uno de sus poemas: El Señor de mis amigos

LPASCUA DE ANTONIO 

Esta semblanza quedaría injustamente incompleta si no hiciese alguna referencia a la “pascua” de Antonio, a su particular experiencia de pasar de la muerte a la Vida y gustar ya algo de la Resurrección. Porque Antonio también probó su propia dosis de sufrimiento. 

Nuestros primeros años de Compañía no fueron fáciles. Fueron tiempos de agitación, de muchas salidas de nuestros pares de generación. El ambiente enrarecido de la vida comunitaria a veces se ponía cuesta arriba. Su carácter fogoso, inquieto, algo disperso y pasional, le acarrearon incomprensiones y mofa por parte de algunos compañeros de entonces. A Antonio le dañó particularmente la burla, hasta el punto de que eso le marcó para siempre. Lo hablamos muchas veces en estos últimos años. Sobrecogía oírle narrar lo vivido con lucidez y paz. De aquella herida fue capaz de hacer un camino de reconciliación y vocación del que se sentía contento y agradecido. De hecho, me decía cómo todo aquello le había configurado como persona y como jesuita, y cómo tales experiencias concretas le habían hecho ser lo que era: “Esto forma parte de mi vida y doy gracias a Dios por enseñarme a perdonar”. En sus palabras y gestos no se vislumbraba rastro de rencor. 

El mismo Antonio padecía las aristas de su carácter. Así se lo señalaron también de forma “oficial”, pues se le invitaba a esforzarse en superar su impulsividad, crecer en prudencia y a tener algo más de sosiego. Y es que Antonio “iba de frente, sin subterfugios, sin tratar de engañar. Con transparencia” (Gabino). Y eso para lo bueno y para lo malo. Le dolían mucho las injusticias, la superficialidad en el trato –que él mismo sabía diferenciar bien del sano humor-, y la hipocresía. Y era incapaz de ocultarlo o de hacer como si nada. Hay quienes tenían dificultades con él precisamente por ese aspecto de su carácter. 

Pero todo esto le llevó a una experiencia de crecimiento personal, de valiente descubrimiento y aceptación de sí mismo, y de libertad respecto de su propia persona. En los últimos años se hacía muy evidente cómo Antonio no sentía ya necesidad de representar ningún papel u ocupar un lugar dentro o fuera de la orden. Se sabía querido por Dios y por tantos. Eso bastaba. Enric señalaba algo que veíamos en él los que le conocíamos: no quería ser protagonista, aunque se le hiciese difícil por su ser expansivo, cercano y cariñoso. 

Fueron sus “defectos” los que precisamente más le ayudaban a conectar genuinamente con el corazón de la gente y, en particular, con los jóvenes. Así se lo escuchamos a Jordi Gomá a los pocos días de su muerte: “Echamos de menos descolgar el teléfono y oír: “¡Hola cabezón!” o que de golpe en el Casal sueltes: “¡Pero vamos a ver, alma de cántaro!” O incluso que nos digas: “¡Tú, tú eres tonto esférico, porque eres tonto se mire por donde se mire!” Y es que tenías esa capacidad de sorprendernos con tus expresiones y sacarnos una carcajada a todos. Tu humor era reflejo de tu cercanía y cariño. Y en tu humor transparentabas tus ganas de transmitir que Dios nos ama”. 

En estas “aristas” y experiencias dolorosas, Antonio vivió la gracia de la reconciliación consigo y con los demás. Fue descubriendo, no sin sufrimiento, que allí donde sabía y otros veían su “debilidad” también había mucho de virtud y de su propia originalidad, había signos del Resucitado. Fue aprendiendo desde la fe a hacer suya la mirada de Dios sobre sus criaturas, convencido de que si Dios no le hubiese querido, no le hubiese creado. Por eso, quizá, transmitía con tanto entusiasmo el Principio y fundamento de los EjerciciosEs como si el Señor le hubiese concedido lo que le pedía en esta oración suya: 

Entra, Señor, y derrumba mis murallas,
que en mi ciudadela sitiada
entren mis hermanos, mis amigos, mis enemigos. Que entren todos, Señor de la vida,
que coman de mis silos, 

que beban de mis aljibes,
que pasten en mis campos.
Que se hagan cargo, mi Dios,
de mi gobierno.
Que pueda darles todo,
que icen tu bandera en mis almenas, hagan leña mis lanzas
y las conviertan en podaderas.
Que entren, Señor, en mi viña,
que es tu viña. Que corten racimos,
y mojen tu pan en mi aceite.
Y saciados de todo tu amor, por mi amor, vuelvan a ti para servirte.
Entra, Señor, y rompe mis murallas. 

HOMBRE DE DISCERNIMIENTO 

La espontaneidad impaciente de Antonio se conjugaba de forma original con un talante de discernimiento, capaz de leer con lucidez lo que pasaba en su corazón. Percibía, nombraba y afrontaba con fe su propia “lucha” espiritual. Los que hemos podido acompañarle en estos meses somos testigos: padecía “angustia apostólica”, dolor por cómo dejaría a sus padres y hermanos, inseguridad por no acabar de saber por dónde se desarrollaba el cáncer, insuficiencia respiratoria y la amenaza de la desesperación. Y esto se presentaba en abierta confrontación con el deseo de no encerrarse en sí mismo y vivir desde la gratitud. Con asombrosa claridad lo había percibido ya al poco del primer diagnóstico: sabía que le esperaba una contienda cuerpo a cuerpo entre la desolación siempre posible y la consolación que Dios había puesto en su corazón. Pocos meses antes recogía en uno de sus tuits unas palabras de Madeleine Drelbrêl: “Practica el arte de la guerra contigo; con los otros, el de la paz”. Vale la pena releer un escrito suyo en el que pone de manifiesto su lectura de las mociones, consolaciones y desolaciones, con supo reconocer y escuchar. Dicho talante de discernimiento no se improvisa y quizá era fruto de su propia experiencia pascual. 

Así narraba lo relativo a la dinámica de la desolación: 

“Con el segundo diagnóstico, la cosa también ha evolucionado. Surgen los miedos. Porque si antes te dolía la cabeza, te tomabas una pastilla y ya está. Si antes te cansabas subiendo una montaña, pensabas que era normal por la paliza. Ahora piensas que no está funcionando bien el sistema digestivo o que no te estás alimentando como debieras. O que tal o cual medicamento te va a afectar el hígado. Cualquier cosa que te pase o que hagas, toma un cariz desproporcionado. Y vives con miedo. 

También te vuelves egoísta. Te preguntan cómo estás y tienes necesidad de contarlo todo, de ser el centro de atención, de ponerte siempre en medio. Es propio de la enfermedad hacer que la persona se desordene y cambie la perspectiva de su vida. Ahora te pones en el centro de la historia. El problema es que dejan de importarte otras cosas que son buenas, que ayudan a los otros, que te sacan de tu propio criterio. Empiezas a relativizar todo lo que ocurre alrededor y a ver que, si te vas a morir, lo importante es decir al mundo que las cosas que les rodean no son importantes. Y eso no es cierto. Porque de pronto, dejas de discernir qué es lo importante y lo qué no. Dejas de tomar decisiones, dejas de preguntarle a Dios, a los pobres o a las circunstancias de la vida, por donde hay que actuar y optar. Y eso es morir en vida. Si la enfermedad ocupa todo el espacio, las demás cosas no tendrán lugar en tu vida ni en tu corazón”. 

Pero él supo también por dónde le consolaba el Señor en medio de sus dolorosas circunstancias: 

“Podría decir que todo lo que he vivido con fe, de pronto tomó una dimensión maravillosa y sentí profundamente lo que Ignacio de Loyola llama mociones del buen espíritu. Mayor esperanza, mayor amor hacia los que me rodeaban y hacia la Persona que guía mi vida, mayor fe. Sentía que el “todo va a salir bien” no tiene que ver con cosas de este mundo, sino en algo mucho más profundo, y sentía, como puse en la entrada anterior del blog, que tenía que estar agradecido. Todos estos sentimientos siguen tomando forma y sigo confirmando que están ahí”. 

Antonio luchó su parte con la lucidez del discernimiento. Lo aprendió en la Compañía y también lo traía de casa: “Hoy me he dado cuenta de la capacidad de lucha de mi padre y del espíritu de fe de mi madre” (tuit). El Señor le regaló su consolación. Así lo señalaba Enric Puig, otro compañero de comunidad al recordarle: “Cuando hace unos meses supo de la gravedad de su enfermedad irreversible, solamente decía: Yo solo puedo dar gracias a Dios por la vida tan plena que me ha dado. Agradecimiento y confianza plena en Él”. Y para dar sentido a esta actitud de Antonio, añadía Enric estas palabras de la Escritura que tanto nos han acompañado en esos días en torno a su muerte: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo, si vivimos, vivimos para el Señor, si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte, somos del Señor” (Rm14,7-

LA PROFECÍA DE ANTONIOSU CANTO DEL CISNE 

En nuestra última conversación estuvimos hablando de los dos libros que estaba leyendo y que reposaban sobre su mesilla de noche: uno de Víctor Codina, Ignacio ayer y hoy, que le inspiró muchísimo, y el excelente ensayo de D. Bonhoeffer sobre la vida comunitaria que tanto estaba disfrutando. Me pregunto: ¿es este su canto del cisne y su profecía para los jesuitas del siglo XXI? ¿Nos ha enseñado Antonio lo que significa ser “amigos en el Señor”? Los meses de pandemia y confinamiento, en los que nuestra convivencia comunitaria se ha hecho más estrecha e intensa, Antonio nos ha dejado un testimonio de vida fraterna alegre, franca, vulnerable, compasiva y exigente. Hemos reído mucho juntos –hasta de las situaciones ridículas en que le estaba poniendo la enfermedad-; también hemos llorado juntos, hemos orado y celebrado la eucaristía juntos. Antonio ha escuchado y se ha dejado acompañar en su debilidad, como tratando de hacer vida lo que dicen nuestras Constituciones sobre los jesuitas que atraviesan la enfermedad. Sobre dichos párrafos, que había leído animado por el provincial, escribió en grandes letras rojas: “aquí hay mucha caridad”. Y esa es la experiencia que hemos vivido con él como compañeros y amigos en el Señor: la de la caridad. Hemos luchado juntos, y él ha luchado con nosotros porque sabía el dolor que nos causaba verle cada vez más débil y contando con la posibilidad de una pronta despedida: “Se puede donar la vida cuidando a los que te rodean también en estos momentos. Es más, creo sinceramente que en estos momentos es precisamente donde más se puede “ayudar a las ánimas”, que es la expresión que usaba la antigua Compañía”. “Con el primer diagnóstico se movieron muchas cosas en mí. La primera es que tenía que preparar a los demás para una despedida que entiendo difícil. Yo estoy preparado para partir cuando llegue la hora”

Antonio murió solo en el hospital, con toda la crudeza de las condiciones que nos ha impuesto la pandemia. Pero no quedó sin Compañía. Él había ido tejiendo lazos de comunión que estoy seguro le sostuvieron hasta el final. La cercanía de sus padres, su cruz de votos y un mensaje impreso que Álex Escoda hizo llegar al hospital, le acompañaron en la hora definitiva: “Antonio, todos tus compañeros rezamos mucho por ti, no te sientas solo, estamos contigo. Te queremos mucho. Dios siempre te acompaña”. Ahora aquel vínculo fraterno nos sostiene a nosotros, que le echamos de menos. En un fragmento de la última carta que mandó a los jesuitas decía: “Siento escribiros esto y puede que a alguno le parezca que estoy exponiéndome demasiado o contando algo que no debiera. Pero mi gran consuelo estos casi siete meses habéis sido Jesús y cómo trabaja conmigo, y vosotros. Llamadas, whatsapps, mensajes a través de compañeros… está siendo increíble y me he emocionado por ello muchas veces. […] Lo mejor que me ha pasado en mi vida ha sido la Compañía. Aunque a veces, como todos, me haya enfadado con mis compañeros, o con la misión, o con los superiores… no me voy a cansar de repetirlo: estoy aquí ahora mismo porque el soporte de Jesús y de mis compañeros ha sido lo mejor de mi vida. Seguimos unidos en el Señor: somos compañeros… y llevamos su nombre. GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS”. 

CONCLUSIÓN 

Escribir la semblanza de Antonio es lo que ahora puedo ofrecerle por no haber tenido tiempo para pintar el retrato que tantas veces me pidió entre bromas. En los últimos meses era capaz de burlarse hasta de su propio deterioro físico. “Pero, ¿tú ves qué cara se me ha quedado? ¡Pues así me vas a tener que pintar!”. Otras personas podrán añadir rasgos a esta semblanza y, parafraseando a Ignacio Iglesias, podremos ir compartiendo más del “Antonio que vamos conociendo”. Los jóvenes a los que tanta energía y cariño ha dedicado, han hecho un mosaico lleno de rostros en el que se intuye su cara sonriente. Son reflejos, esos rostros, de tanta pasión como Antonio ha irradiado en nosotros; reflejos, no tengo duda, de santidad. Para mí es motivo de inmensa gratitud el regalo que Dios me ha hecho de conocer, ser querido y querer a Antonio. 

Seguimos en comunión, hermano, amigo, compañero, maestro. Tú, “que has entrado en nuestras vidas, las has revolucionado y te has marchado”, no dejes de recordarnos que nuestros caminos constituyen una aventura juntos y con

Jesús, que merece la pena vivir a tope. Tú has corrido tu carrera intensamente, ayúdanos con la nuestra. 

¡Antonio, amigo del Señor, amigo nuestro, ruega por nosotros! 

Alejandro Labajos sj 07.03.21 

P. MANUEL SEGURA MORALES,S.J. 

Granada 25/10/1928 – Córdoba 21/06/2022 

“Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti. “, nos dice san Agustín. 

Le hiciste . Señor, para ti… Dios, el Padre bueno le dio la vida a Manolo Segura hace 93 años en Granada. Allí va creciendo . Todos sabemos que intelectualmente era un superdotado. Con 17 años hizo el Examen de Estado (algo similar a la Selectividad ) y obtuvo la nota más alta de España: sobre los 100 puntos posibles en la Reválida sacó 99,9. Pero Manolo buscaba algo más que aplausos y éxitos. En una entrevista que le hicieron le preguntaron por qué entró jesuita, y explicó que tenía bastante relación con jesuitas jóvenes de Cartuja, Granada, y que había notado dos cosas: que siempre estaban alegres y que jamás hablaban mal unos de otros a sus espaldas. Sentía curiosidad por saber cuál era el secreto y sintió la llamada de Dios. Y repetía con frecuencia: “ La vocación a la Compañía es el mayor regalo que Dios me ha hecho” . 

Le impactó mucho la muerte de su padre. Eran nueve hermanos y los mayores se pusieron a trabajar porque a su madre le quedó una pensión de 400 pesetas al mes. 

Con 6 ó 7 años conoció a García Lorca en su casa. Venía con frecuencia y les organizaba obras de teatro y les repartía los papeles. Recordaba cómo tocaba el piano y les dedicó un poema del Romancero gitano a sus hermanos mayores. 

Manuel de Falla fue su padrino de Bautismo. Nos contaba Manolo que Falla se lo tomó tan en serio que todas las semanas lo enviaba a la catequesis y decía: “Un padrino tiene que cumplir con sus obligaciones”. 

Con 17 años y mucha ilusión entró en el noviciado. No perdió el tiempo y su formación sólida en El Puerto de Santa María, Sant Cugat del Vallés, Inglaterra… la pondría al servicio de los hermanos: “formar hombres y mujeres para los demás”. 

Pronto la Compañía le puso en cargos de Gobierno y de responsabilidad. Provincial de Paraguay en la Dictadura de Stroessner y tuvo dos atentados . De ambos salió ileso. Decía el Dictador Stroessner que los “jesuitas eran peces rojos nadando en agua bendita”. Después el P. Arrupe le nombró Provincial de Chile. Años turbulentos, pero siempre decía lo unidos que estaban los jesuitas y eso le producía alegría y ánimo para seguir. Vuelto a España fue nombrado Director del Colegio SAFA‐ Úbeda. Más tarde fue Rector de la Fundación SAFA. Durante 26 años le vemos como profesor en la Universidad de La Laguna en Tenerife. La Universidad le nombró Doctor “Honoris Causa”. Dio muchas conferencias en distintas ciudades y centros educativos siempre queriendo formar personas. Impartió muchos cursos de Competencia social a docentes. Repetía con frecuencia: los jóvenes tienen que aprender a pensar, a controlar sus emociones y a tener valores. 

Los últimos años los ha pasado aquí en San Hipólito acompañando a varios grupos, daba ejercicios en la vida ordinaria, no pocos venían en busca de su sabio consejo y seguía escribiendo. Todos podemos leer “Enseñar a convivir no es tan difícil” o “Ser persona y relacionarse” Hace pocas semana salió publicado, su último libro titulado : “La vida de Jesús y sus enseñanzas, contadas con sencillez y en lenguaje actual”. Manolo tenía enorme interés en presentar a Jesús de forma sencilla y atrayente con un lenguaje más claro. Bien sabemos que hoy la transmisión de la fe es un reto difícil. Como Juan el Bautista asumió el papel de indicador. Juan decía: Yo no soy el importante, el Importante es Jesús y hacia Jesús orientaba a los que se acercaban a recibir el bautismo de conversión. Y otra inquietud era visitar en las cárceles a jóvenes presos. Tenía una habilidad especial para entablar diálogos con los chicos privados de libertad. Tuvo que cortar las visitas a la cárcel por motivo de la pandemia. Soñaba con volver pronto cuando ya no hubiera problemas con el COVID. 

2.‐ La Eucaristía, centro de su vida. Todos los días celebraba la Eucaristía. Estos últimos meses concelebraba por las dificultades de acceso al altar. 

Aprendió muy bien que Jesús es el pan de vida. El que come de este pan no tendrá más hambre. Cuantas veces repartió el pan de la Vida, cuantas veces compartió la Palabra en tantas clases, en diferentes lugares, en grupos, cárceles , en acompañamientos , en EE… 

Siguiendo el ejemplo del Maestro, siempre buscó la unidad, se dejaba podar y quitar los sarmientos que no daban fruto, amó mucho … estaba convencido de que el Señor le llamó para que estuviera con El y para que diera un fruto abundante. Creo que lo intentó con todas sus fuerzas. 

3.‐ Y María, nuestra Madre siempre estuvo presente en su vida. Todas las tardes daba vueltas en el hall de la Comunidad con el Rosario en la mano pidiendo que intercediera, como buena Mediadora, por la paz del mundo, por las vocaciones, por tantos presos a quienes acompañó en su soledad, por la Comunidad, por la Iglesia y por el mundo. 

Le hiciste, Señor, para ti y su corazón siempre ha estado inquieto hasta que por fin ha descansado en Ti. Gracias, Padre , porque has querido que gocemos tantos años con la vida entregada de Manolo Segura y porque estamos seguros de que le has dicho con un abrazo: Ven a recibir la herencia del Reino porque estaba solo y me acompañaste, estaba preso y me visitaste, estaba enfermo y viniste a verme, tuve hambre y me diste de comer, estaba triste y me alegraste . Gracias, Señor, por tanto bien recibido. 

Angel Ortiz de Urbina, S.J. ( en la misa‐funeral en San Hipólito, Córdoba) 23‐06‐21 

P. JUAN MANUEL TAMARGO GÓMEZ, S.J. 

Peal de Becerro (Jaén) 03/06/1940 – Málaga 01/01/2021 

Escribir una semblanza de Juan Tamargo, como de cualquier jesuita, resulta difícil, no por lo que podamos contar, sino por lo que podemos dejar en el olvido de una larga vida dedicada a Dios en la Compañía de Jesús. En Juan hay que resaltar un antes y un después de su enfermedad, que poco a poco le ha ido acercando a las “moradas celestiales”, como escribe un antiguo alumno, que resume sus años primeros en las Escuelas Profesionales de la Sagrada Familia (SAFA) de Úbeda: “Tengo gratos recuerdos de él, fue un gran hombre, mi más sentido pésame a su familia, a la Compañía de Jesús y a la familia Safista. ¡Que Dios lo acoja en su seno y en su gloria! Seguro que estará en lugar preferente en las moradas celestiales, ya que su vida fue una entrega a los demás y por eso lo recordaremos con cariño…” 

El “recordar con cariño” habla de algo fundamental en su vida apostólica: fue muy cercano, muy amigo de sus amigos, servicial, sencillo. Habría que añadir: y viajero. ¡Cuántos viajes organizó en sus destinos de Párroco! El plural de “destinos” está justificado y repetido en sus conversaciones. Lo que le encargó la Compañía de Jesús en Almería, Córdoba, Cádiz, Huelva y especialmente, en la organización de la Enfermería de Málaga, lo hizo con una entrega entusiasta y eficiente. “Operario” en lo pastoral y en lo material. 

En los años de enfermedad tuvo que acortar su actividad pastoral a “regañadientes”. Aguantó con resignación operación tras operación. Apenas una queja. 

Se durmió en el Señor, sin llamar a nadie. Como me ha dicho uno de sus antiguos alumnos y amigo en tantos años: “No tenía miedo a la soledad, porque el Señor estaba con él”. 

Descanse en paz. 

Fernando Marrero, S.J. 13.01.21 

P. MANUEL SOTOMAYOR MURO, S.J. 

Algeciras (Cádiz) 10/12/1922 – Salamanca 22/07/2020 

Del P. Manuel Sotomayor Muro se podrían narrar múltiples aspectos de su vida en la Compañía de Jesús. Personalmente lo recuerdo como profesor muy ameno y divertido en sus clases de Historia de la Iglesia. Y, posteriormente, muchos años, como compañero profesor en la facultad de Teología y de comunidad. Como buen gaditano gozaba de muy buen humor y simpatía. Cuando ponían jamón comentaba si era de “pata negra” o de “pata tiesa”. Y también se atrevía, en el teologado, a hacernos sabrosos arroces. La jardinería era otra de sus pasiones. Tenía un archivo con cantidad de plantas y flores, con sus originales nombres latinos. 

Pero el P. Sotomayor, sobre todo, era un magnífico investigador. Un gran especialista de la Historia del Cristianismo en la época romana, como lo atestiguan sus muchas publicaciones. Y un excelente arqueólogo de esa época. Recientemente lo recordaban en el Ideal de Granada como el descubridor de los hornos romanos en la finca de la Cartuja. Trabajos de campo que la Junta de Andalucía le subvencionó, posteriormente, en el barrio del Albaicín y, varios veranos, en Andújar. El museo de esta ciudad lleva el nombre de “Manuel Sotomayor”, pues todo el material encontrado en esas excavaciones lo donó a su Ayuntamiento, el cual le honró poniendo su nombre al museo. Esta dimensión investigadora le llevó también a ser nombrado miembro numerario del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino y miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia. 

Otro importante centro de interés del P. Sotomayor era las iglesias orientales y el ecumenismo. Algunos años fue director del Centro Ecuménico diocesano de Granada. Estando en Roma fue destinado a Rumanía, pero la llegada del comunismo le cerró esa misión. Y como fue ordenado sacerdote en el rito oriental, bastantes años se pasó celebrando misa en ese rito en una capilla que le hicieron en el antiguo teologado de Cartuja. Siempre recordaba con admiración los días que pasó en Bucarest, invitado por el arzobispo en su palacio, con ocasión de un congreso internacional de ecumenismo. Era tan “devoto” de Rumanía, que disfrutaba hablando rumano y se alegraba y se apenaba con los éxitos y fracasos de los deportistas rumanos. 

Como fondo de toda la vida religiosa del P. Sotomayor, además de su capacidad docente e investigadora, su buen humor y simpatía, dones con los que el Señor le había dotado, recordaremos siempre su servicio a la Iglesia y su compromiso con la Compañía, 

de la que ha sido un digno miembro y muy buen compañero comunitario. Como en la parábola de los talentos, el Padre bueno y misericordioso, ya le habrá recibido, como a otros muchos compañeros nuestros, diciéndole: “¡Muy bien, empleado bueno y fiel! Has sido fiel en lo poco, te pondré al frente de mucho; pasa a la fiesta de tu Señor” 

Pedro Castón Boyer S.J. 24.07.20 

P. Rafael Navarrete Loriguillo, S.J. 

Coín (Málaga) – 18/05/1938 – Salamanca 03/01/2020 

La niñez de Rafael Navarrete coincidió con la guerra civil, con la muerte violenta de su padre y con la vuelta de la Compañía de Jesús a la labor educativa en Málaga. El curso 1937-38, se reabrió el Colegio del Palo. Rafael entró en el colegio en el curso 38-39 y realizó al final del 39- 40 el examen de ingreso, que en tiempo de paz se hacía con 10 años, antes de comenzar el Bachillerato. El jesuita P. Juan González Loriguillo, tío de Rafael, era entonces en el colegio de El Palo padre espiritual y profesor de excelente calidad. 

Ya como jesuita, en sus primeros años de ministerios, se encomendaron a Rafael Navarrete responsabilidades importantes en el centro SAFA de Úbeda, donde antes había hecho su magisterio. Fue prefecto de disciplina del centro y prefecto de estudios de la Escuela de Magisterio. Poco más tarde lo destinaron como director al centro SAFA de Andújar. 

Después de esos años en la enseñanza, toda su vida apostólica ha estado orientada a la labor directamente pastoral en Sevilla, salvo un periodo de seis años en que fue superior en Cádiz. Los Ejercicios Espirituales fueron siempre el trasfondo de su pastoral. Para ellos se preparó concienzudamente. Algunos de sus libros de uso personal, sobre todo de comentarios profundos a la sagrada Escritura, están cuidadosamente subrayados a lo largo de toda la obra y reflejan un atento estudio. La dirección de la Casa de Ejercicios San Pablo, en Dos Hermanas, le ofreció una plataforma en la que dedicarse intensamente a esa labor. 

Rafael Navarrete mostró una gran preocupación por los problemas familiares. Durante nueve años fue director del Secretariado Diocesano de pastoral Familiar. Dedicó muchas energías a la organización del Centro de Orientación Familiar Virgen de los Reyes, del que fue gerente y presidente de la Fundación. Creó un grupo para la atención a separados y divorciados. En su ministerio aplicó conocimientos de Psicología al acompañamiento espiritual y experiencias de diversas artes de oración a la oración cristiana. De todo ello dan testimonio sus libros «El aprendizaje de la serenidad», «Aún te queda un camino: elegir tu propia vida», «El crecimiento personal: crecer como persona, crecer como creyente», «Para que tu matrimonio dure». En todo eso Rafael nunca fue un mero trasmisor de conocimientos. Su predicación recogía con viveza los problemas que sentían y vivían los oyentes. Supo estar muy cerca de la sensibilidad y los problemas de las personas. Así lo reflejan hoy quienes se sintieron acompañados por su cercanía y ayudados para encontrar sus caminos personales de oración y de orientación en la vida. 

En 2017 el P. Navarrete, dado su estado de salud, pasó a la enfermería de la Compañía de Jesús en Málaga. Más de dos años después de esta ausencia de Sevilla persiste aún la actividad de algunos de los grupos apostólicos que él organizó. Continúan activos algunos de sus grupos de oración, el grupo de «Crecimiento personal» y el grupo de «Oración cristiana en diálogo con el Zen». Muchas personas que recordaban con gratitud cuánto las ayudó espiritualmente el P. Rafael Navarrete lo acompañaron cuando su salud decayó y no dejaron de visitarlo, la última vez en Salamanca el día antes de su muerte. 

Guillermo Rodríguez-Izquierdo S.J. 

P. Hermenegildo de la Campa Martínez, S. I. 

(Sevilla el 09/07/1922 – Málaga 25/09/2018) 

El día 25 de septiembre de 2018 se nos ha ido Hermenegildo de la Campa. Dejó de respirar sin hacer ruido. Hace años ya decía “aquí estoy madurando el Reino”. Los 96 años de edad y 75 años de Compañía suministran material para muchos comentarios sobre cualquier jesuita, pero en el caso de Herme, su vitalidad y su creatividad superan todo lo imaginable. Hace unos meses publiqué un modesto testimonio de todo esto en el libro “Herme forever. 200 anécdotas de Hermenegildo de la Campa” (Bubok ediciones, 2018). 

Conozco a Hermenegildo desde hace casi 50 años. Yo tenía entonces 25 años y él ya alcanzaba los 45. Pero ya era genio y figura. Sus dichos graciosos, sus ingeniosas frases latinas (“Cacatio matutina est quasi medicina”) y sus campañas higiénicas (“Hay que llegar a la ducha diaria por extensión del concepto de cara”) se repetían jocosas entre jesuitas y no jesuitas. Su palabra preferida era “entusiasmo”. Y reconocía que era un entusiasta de “lo alternativo”. 

Otro rasgo distintivo era su actitud de servicio. Herme estaba siempre dispuesto a echar una mano. Detrás de la imagen simpática que proyectaba, existía un hombre muy seriamente comprometido con el Evangelio y con los pobres (por ejemplo, vivió varios años en Granada en la Comunidad de Almajáyar). Tenía algo de Don Quijote y algo también de monje ascético. Más de una vez me comentó que le tiraba la vida monástica, “pero eligió la Compañía porque vivía cerca de Jesús del Gran Poder”. 

Nacido en Sevilla el 9 de julio de 1922, pero descendiente de una familia hidalga asturiana emigrada a Sevilla en la primera mitad del siglo XIX (como él solía decir con sorna). Estudió el bachillerato en tiempo de la República en el Instituto San Isidoro de Sevilla, y comenzó después de la guerra civil la carrera de Ciencias Físicas en la Universidad. 

Asiduo a la Congregación Mariana de los jesuitas de Sevilla, se sintió atraído por la Compañía. Con 20 años ingresó como novicio en la Compañía de Jesús en El Puerto de Santa María. Destinado pronto por los superiores para futuro director del famoso Observatorio Astronómico de Cartuja, en Granada, fue destinado a Barcelona para terminar la carrera de Ciencias Físicas. Allí la terminó brillantemente pero NUNCA pisó el Observatorio, como él mismo comentaba con humor. 

En julio de 1955 el padre de la Campa fue ordenado sacerdote. Y terminados los estudios de Teología inicia su vida apostólica en 1960. Fue uno de los iniciadores de ETEA (Escuela Técnica Empresarial Agrícola) que en Córdoba había fundado el padre Jaime Loring en 1963. Allí impartió, entre otras cosas, teología, Oratoria y técnicas de comunicación. Un antiguo alumno de ETEA me comentaba que hubo un movimiento de protesta con el lema “más campo y menos Campa”, pues deseaban más prácticas de agricultura y menos clases de oratoria. 

En estos años descubrió que no quería ser “cariátide” del sistema y que había que impulsar otras “presencias” jesuíticas no institucionales. Esta vocación innovadora de Hermenegildo le llevó a El Pedroso, en la sierra Norte de Sevilla al inicio de los años setenta, cuando tenía ya 50 años. Se presentó a las oposiciones de Maestro de Escuela. Allí nació su cuaderno para hacer un árbol genealógico. 

Pero Campa (por aquello del “magis” jesuítico) deseaba hacer un servicio mayor. Con la bendición de sus superiores, inició la preparación de las Oposiciones de profesor de Instituto en la disciplina de Filosofía. En Écija y luego en Úbeda derrochó entusiasmo con la enseñanza de la Filosofía y del Latín a los adolescentes. Al jubilarse en Úbeda fue destinado a Granada. Allí reencontró su identidad entregado al Interlingua y a la Asociación de Amigos del Camino de Santiago, ruta mozárabe y realizando una tarea encomiable con Los Equipos de Nuestra Señora, donde era muy popular. 

En el año 2010, los superiores necesitaron un jesuita que quisiera vivir como residente en Dos Hermanas en la Residencia de Mayores San Rafael. Obediente como siempre, allá fue el padre Herme recogiendo sus bártulos e instalándose en una de las habitaciones del área de “Sacerdotes”. Más de una vez me comentó que le hubiera gustado morir en la Residencia de Mayores y ceder su cuerpo a la ciencia, pero no todo es posible en la vida. 

Hasta el 28 de enero de 2017 estuvo el incombustible padre Hermenegildo en la Residencia de Mayores San Rafael Dos Hermanas. Ya empezaba a tener problemas de memoria y de orientación. “No sintetizo una proteína” decía para justificar sus despistes. “Estoy confuso, difuso y profuso”, solía ser su mantra en estos últimos años. 

Estos últimos años nuestro querido y admirado padre Hermenegildo de la Campa Martínez ha tenido su domicilio en Málaga, en la residencia-enfermería para jesuitas mayores. La obediencia ha sido siempre uno de sus distintivos. 

Entre sus muchas publicaciones, él mismo resalta las siguientes: Diccionario inverso del español. Su uso en el aula (Madrid, 1987), Memorándum de celebraciones centenarias en filosofía (Granada, 1994), Antología latina progresiva para hispanoparlantes (Granada, 1996), De Granada a Santiago. Una ruta jacobea andaluza (Granada, 1999). Ha sido traductor y difusor de Constitución Europea en Interlingua (Granada, 2005). Y también: Diccionario escolar de familias etimológicas (Granada, 2009), Diccionario greco-interlingua del Nuevo Testamento (Granada, 2009), Traducción al Interlingua del Nuevo Testamento (Lulu, 2010), 60 versículos seleccionados entre 40.003 versículos (Granada, 2011), La estrella de los Magos (Granada, 2011), La búsqueda de una lengua auxiliar internacional. 3a edición (Granada, 2011), Cómo hacer un árbol genealógico 3a edición (2014). Ha publicado también: 19 cuentos no premiados y comentados y sugerencias didácticas para enseñar a escribir un cuento (Granada, 2007), A Dios por la Naturaleza (Granada, 2008). Entre sus méritos están: Socio Fundador de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago, Camino Mozárabe, en Granada; Académico correspondiente de la Real Academia de Ciencias, Bellas Artes y Buenas Letras Vélez de Guevara de Écija. 

Leandro Sequeiros San Román, SJ Sevilla, 27.09.2018 

Semblanza del P. Antonio I. Pascual Lupiáñez SJ

Se nos fue nuestro Lupi, como era conocido familiarmente por sus compañeros y amigos. “Un hombre bueno” es la calificación espontánea de cuántos conocen su fallecimiento. Un jesuita con porte de gentleman inglés, con elegancia austera, educado, acogedor, entrañable y con sentido del humor, aspecto exterior que ya adelanta su rica persona, de la que destacaré algunas dimensiones.

Fue alumno externo del colegio San Estanislao, de El Palo, de la promoción de 1948, y dejó tan buena impresión que lo eligieron Antiguo Alumno de Honor en 1999, galardón que le fue entregado en las fiestas patronales, el Día del Antiguo Alumno, el 14 de noviembre.

Acabada la formación, lo enviaron al curso de verano en El Puerto de Santa María en el edificio que se había quedado vacío por el traslado del noviciado a Córdoba, por lo que asistió a la reapertura del mismo como colegio San Luis el año 1962. De ahí marchó como director espiritual al Seminario menor diocesano de Jaén, en Baeza (1962-65) y continuó por el Santo Reino, en la capital (1965-69). Allí fue un pionero de los medios de comunicación social, como uno de los fundadores de la emisora de Radio Popular en Jaén (1966) de la que fue su primer director espiritual y asesor religioso, en un local anexo al antiguo palacio episcopal. Preparaba, grababa y emitía su programa religioso semanal y allí le sacó partido y perfeccionó sus aprendizajes sobre comunicación. Por entonces, la provincia Bética desarrollaba una red radiofónica para la radiodifusión cultural y religiosa con Radio Vida (Sevilla 1955), Radio Popular de Montilla, Córdoba (1961) dedicadas también a la alfabetización, trasladada a Córdoba, Radio Popular de Jaén (1966), Radio Popular de Granada (1967) y Radio ECCA de Las Palmas (1965), iniciada por el mismo fundador que la de Montilla. Aquella estancia en la provincia de Jaén, tanto en el seminario diocesano de Baeza como en la capital, le permitió recorrer pueblos de aquellos cerros de Úbeda, donde era invitado para charlas y retiros. Se convirtió en el paño de lágrimas de los curas, a los que siempre estaba disponible para sustituir en sus parroquias.

En la capital del Santo Reino era confesor de los alumnos del Seminario; y de paso se hacía amigo de los estudiantes que por aquellos años residían allí.

Fue socio (1969-72) en el difícil provincialato de Alejandro Muñoz Priego, y lo que más le apenaba era en cada consulta, ver la amplia lista de jesuitas que pedían su dimisión de la Compañía, en aquellos años en que se dispararon estas cifras al tiempo que se desplomaron los ingresos.

Su buen carácter y afabilidad le facilitaban ser querido por todos. Quizás por eso fue mucho tiempo superior. Comenzó como tal en Jerez de la Frontera (1972-78), donde la provincia Bética, en su afán por ir entonces a las periferias, cambió la residencia en el edificio céntrico de la antigua Compañía, por la parroquia Madre de Dios que atendía desde 1967. Era una parroquia diseñada arquitectónicamente para una pastoral nueva, con el altar en el centro de la comunidad y con una zona acristalada para que las madres pudieran estar con sus niños sin que molestasen sus alborotos. En todo el complejo parroquial se puso en marcha una acción pastoral propia del postconcilio, con actividades juveniles y para otros colectivos, además de atención social, pero que no despreciaba la religiosidad popular de las cofradías.

Regresó a su tierra natal, Málaga, donde fue superior sucesivamente en las tres comunidades que allí había entonces. Su bondad y humanidad compensaban otras deficiencias más operativas. En el colegio San Estanislao (1978-92) fue profesor y trabajó en el apostolado familiar y matrimonial. Supo ayudar a la comunidad educativa y religiosa en la gran transformación del colegio, que comenzó con la separación de comunidad y colegio (ministros, contabilidad, vivienda independiente, suministros de agua, electricidad…). Allí fue nombrado ministro en 1978 y superior en dos periodos, 1979-81, y 1988-92. En este último curso (1991/92) también fue director del Centro Xavier, un centro de pastoral que dependía del colegio que después se transformación e obra intercomunitaria como Centro Arrupe.

De allí pasó a la residencia de Málaga (1992-98), en una época en la que confluyeron allí varios jesuitas volcados a una acción social carismática, y, por lo tanto, difíciles de gobernar. Tuvo que “torear” situaciones que resultaban molestas para el resto de la comunidad, pero estando cerca de todos y mostrando comprensión y afecto en las dificultades. Una tarde de domingo observó, a tiempo, que lo que se había preparado para la cena había “desaparecido”, pues había sido “derivado” a otro fin más social. Tuvo la idea de convertir aquella amenaza en oportunidad: encargó unas pizzas y presentó la cena de aquel día como un experimento novedoso, jovial y más divertido que la cena habitual.

Además de la pastoral propia de una residencia, colaboraba con los colegios jesuitas. En la segunda promoción de formación de profesores para el “Master en Ciencias de la Religión Cristiana” de la Facultad de Teología de Granada (1993-1996), fue uno de los tutores para las sesiones en Málaga.

De allí fue enviado a la pequeña comunidad de la Escuela San José (1998-2007), la escuela del Padre Mondéjar, como es conocida en Málaga, donde fue superior (2000-2005), continuando sus ministerios habituales, con especial colaboración con le Escuela San José. Eran entrañables las eucaristías dominicales comunitarias ampliadas con el matrimonio Vara-Aragüez, sus grandes amigos que compartió con la comunidad. En sus últimos años activos recuperó su actividad mediática, si bien, no en las ondas, sino en la prensa escrita, pues por algo era hijo de un tipógrafo. Desde 2002, hasta que su cabeza se lo permitió, escribía los comentarios de las lecturas de los domingos en Diario Sur. No defraudó con esta responsabilidad semanal. Eran textos breves, periodísticos, atinados y muy valorados, que escribía peleándose con el ordenador, cuyo ratón no consiguió dominar.

Era un buen operario para multitud de trabajos para los que era solicitado: ejercicios espirituales, retiros, ayuda en parroquias, escuela de oración, eucaristías, reuniones con matrimonios, consejo y acompañamiento espiritual, cursos prematrimoniales, confesión, conversación espiritual, profesor de Teología en el seminario, confesor ordinario de las religiosas carmelitas descalzas de Torremolinos y siervas de María…). Ayudaba en la traducción de textos latinos cuando ya empezaron a escasear quienes dominaban la lengua de Cicerón. Ha acompañado a muchas personas en su progreso como personas y como creyentes. Ha ayudado a superar muchos escrúpulos y obsesiones. Ha cultivado muchas y buenas amistades… Estaba disponible y dispuesto para ello. Aunque había estudiado la Teología antes del Vaticano II, era un hombre del concilio, un pastor posconciliar que se nutría leyendo a los teólogos y pastoralistas más punteros del momento. A él le oí expresar la regla de oro de la homilía, que, aunque en otros contextos puede sonar a machista, recibió carta de naturaleza al ser citada por una teóloga en un artículo hace algunos años: “La homilía debe ser como la minifalda: corta, ajustada [a la situación] y que enseñe algo”.

Cuando una demencia incipiente lo empezó a acechar tuvo una etapa de despistes “graciosos”. Era consciente de su limitación y se protegía con expresiones genéricas para no “meter la pata” y no citar a esposa o hijos de conocidos, por si no los había, o referirse a otra ciudad: Tú, y tu familia, estáis bien? Estás contento en tu sitio en el lugar donde estás?… No obstante, algunas de sus últimas reuniones como superior acababan en una risa contagiosa de todos, incluido él, cuando lo percibíamos perdido.

Con el Alzheimer más patente tuvo una primera etapa de ambigüedad, con suficiente autonomía como para querer salir de la enfermería. Tomaba el autobús desde El Palo al centro y a veces se perdía por algún barrio de Málaga. Alguna vez tuvo que devolverlo la policía local. Se equivocaba de cuarto, incluso de prótesis dental. En una época coincidieron en la enfermería tres jesuitas aquejados de la misma enfermedad que pasaban el día juntos. Su drama se refleja muy bien en una escena de Lupi con uno de ellos, mientras esperaban al tercero. Su interlocutor le dijo: “Hoy, a quien no he visto por aquí es al Lupi”. A lo que el Lupi contestó con total naturalidad: “No habrá podido venir hoy el hombre”. Siempre conservó la sonrisa y la amabilidad, pero lo íbamos viendo caer indefectiblemente en el abismo de la enajenación, con dolor, al ver sólo la fachada de aquella persona que conocíamos y queríamos. Ya no reaccionaba… y se fue apagando poco a poco, … hasta que Nuestro Señor lo llamó a la lucidez plena junto a sí.

Descanse en paz!

Wenceslao Soto Artuñedo, S. I.

Madrid 19.02.2018

H. ANTONIO LÓPEZ GALVÁN S. I. 

(MALAGA, 15.09.1932 – Málaga 25.11.2016) 

Cuando me propusieron escribir unas líneas sobre la vida del hermano Antonio López Galván, me sorprendí a mí mismo repasando mi historia en la Compañía de Jesús, para ver en qué momentos había coincidido con Antonio L. Galván. Y comprobé personalmente que es un buen ejercicio sobre todo para dar gracias a Dios por las personas que se nos han cruzado en nuestro camino y de alguna forma han contribuido a “hacernos” o al menos acrisolar o fortalecer nuestra fe por esas personas que han sido testimonio y luz en nuestros avatares de la vida apostólica. Es evidente que se me escapan tramos de la vida de Antonio L. Galván, por los extremos. Conviví con él en dos etapas, una en Úbeda y otra en Málaga, aparte de la relación más esporádica de nuestros encuentros ocasionales en distintos momentos. Recuerdo que muy pronto ya desde mi primer año de noviciado (sin conocer aún a Antonio) sentí una profunda admiración por él y curiosidad por conocerlo, pues en mi mes de comunidad me enviaron al Colegio de El Puerto de Santa María (fue el último año de existencia del internado de aquel colegio San Luis Gonzaga) y descubrí que Antonio había dejado allí una honda huella entre muchos de los escolares y alumnos residentes. Había enorme admiración por alguien que ya no estaba hacía más de un año: el hermano Antonio López Galván había estado allí destinado hasta el curso anterior encargado de los deportes y de la clases de plástica. Todavía recuerdo que un alumno me regaló un cuadro artísticamente confeccionado en el arte del pirograbado que le había enseñado con enorme paciencia el hermano Galván, y se le llenaba la boca de orgullo al indicármelo. 

Fue el año siguiente ya en mi segundo año de noviciado cuando tuve la suerte de conocerlo personalmente y compartir los nueve meses de un curso difícil (por las enormes connotaciones políticas que vivía nuestro país aquel curso 1974-75) en las Escuelas de la Sagrada Familia de Úbeda, en donde en medio de aquella situación complicada que vivía la SAFA, comprobé la enorme talla de sencillez, liderazgo y cercanía que el hermano Galván sacaba con aquellos chavales y muchachos procedentes casi todos de ambientes rurales y muy humildes, donde había que tirar de liderazgo para dominar ciertas situaciones difíciles. Recuerdo un caso muy humano como fue en el fallecimiento de la madre de un alumno, en el mismo salón de actos de la Safa de Úbeda, y el mismo día del comienzo de curso. Ella era viuda además, y el chaval quedaba solo en la vida. La colaboración de las religiosas de la Sagrada Familia y sobre todo la empatía y protección que desplegó hacia él chico a partir de aquel momento el hermano Galván le evitó arrojar la toalla y marcharse. Me lo confesaba el muchacho años después que lo vi en Granada. Las clases de Educación Física y la labor que hacía desde este Departamento le forjaban una auténtica estela de admiración entre los chicos de las Escuelas de Magisterio de la Safa y su internado de FP. Admiración que de alguna forma tuve la suerte de compartir al sentirme invitado al lado de él, en multitud de fiestas patronales de los muchos pueblos que recorríamos juntos de aquella zona de donde procedían la mayoría de los internos. Tenía la sensación de que Antonio era agasajado e introducido en muchos hogares sencillos de aquellos pueblos como un padre o un hermano mayor, como si fuera un integrante más de la familia. Como novicio aún me “constituyó” autoridad en un club de Montañismo que puso en marcha en la Safa para organizar excursiones con externos y residentes y con el que continuamente hicimos muchísimas excursiones por aquella Sierra de Cazorla y por la geografía de la comarca de Úbeda, en donde compartía bocadillo, marcha, canciones y oraciones, con los chavales. 

En mis años en Teología en Granada, finales de los 70 y principios de los 80 lo sentí cercano en las ocasiones que me acercaba a visitar la comunidad en donde se desvivía como ministro, por su servicialidad y cordialidad con todos y por atender las necesidades especiales de la enfermería e incluso las necesidades materiales de nuestro piso del Teologado. 

No volví a coincidir con él hasta 1989 en su destino ya en el Colegio de El Palo, Málaga. Y allí, confieso que el impacto (comprobado personalmente) al recibir la noticia de su fallecimiento ha sido sorprendente para mí. Alternó algunas clases de Educación Física en los primeros años con la gestión de los deportes y las instalaciones deportivas del Colegio San Estanislao, pero sobre todo en el dificilísimo tema del mantenimiento y la adecuación para los nuevos tiempos de las obsoletas instalaciones en que se habían quedado los campos de futbol, gimnasio y canchas deportivas (sin ayudas oficiales). Sin apenas presupuesto y solamente llevando el bar del colegio, y organizando alguna rifa extraordinaria, luchaba con la ayuda de varias familias por mantener una animación deportiva mediante la convocatoria continua de jornadas deportivas dominicales o de fin de semana, jornadas que se convertían en auténticas fiestas familiares en donde padres y familiares se convocaban mutuamente para animar a sus hijos y parientes en aquellas competiciones, dejando a su vez algún beneficio al bar y confiriendo un ambiente extraordinario y familiar a la convocatoria deportiva. Es curioso que los testimonios recibidos estos días de aquellos niños y niñas del Colegio S. Estanislao lo recuerdan por su enorme paciencia, su servicialidad para tener preparados los bocadillos en los desayunos y en los recreos, balones prestados a niños que no tenían recursos o medios, y cordialidad para las primeras curas de urgencia en los que sufrían aparatosas caídas en los recreos o en las competiciones. Balones, bocadillos, mercromina, agua oxigenada, alcohol y algodón, esto que a primera vista parece sin importancia en los niños de aquella época, hoy adultos, lo cuentan como anécdotas sencillas que en su momento fueron de vital importancia en sus vidas. 

Cuando en alguna ocasión iba, a partir de finales de los 90 por Huelva, lo volví a encontrar entregado de nuevo a sus labores de comprador y administración de la casa, de los pequeños detalles con los scouts y con los fieles del templo desde su labor de sacristán, siempre en ese religioso sentido de disponibilidad del “ya voy Señor” a quien recurría a él en la residencia de los jesuitas de Huelva. De sus últimos años en Granada se poco, aunque él ya no fuera el mismo, por el paso lógico de los años y sus achaques, pero me llegaron testimonios de laicos y jesuitas siempre encantados con su rostro de bondad, su actitud de servicio y su capacidad de escucha como sotoministro con esa disponibilidad que le caracterizaba, ahora en esta fase de su vida, desde la fragilidad y la limitación para cualquier servicio que surgiese. 

No me alargo más, puesto que a Antonio le disgustaban los halagos. Quiero reseñar aquí su particular devoción y seriedad religiosa: como San Ignacio dice en la Autobiografía, todo esto es “facilidad para encontrar a Dios”. Antonio ya se ha encontrado con Dios. Está con Él, en sus manos, en sus brazos. El Evangelio del domingo 1o de Adviento dice Jesús: “Estad vosotros también preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”. Que la venida del Reino que se nos anuncia ya por todos lados, y la vida del Hermano Antonio López Galván también lo es, autentico anuncio biográfico, nos encuentre a nosotros preparados para el abrazo del Dios ternura que se nos anuncia en los testimonios vivos que encontramos continuamente en nuestros caminos y en nuestras vidas. Así sea. 

Antonio Marín Cara S. J. Sevilla 01 12 2016 

P. Ignacio Rodríguez Izquierdo SJ. 

(Badajoz- 13/01/1947 – Alcalá de Henares 13/10/2019) 

Querida familia de Nacho; D. Florentino Rueda, Vicario General de la Diócesis; D. Fermín Peiró, Vicario Episcopal para la Vida Consagrada; D. Pedro Luis Mielgo; párroco de San Juan de Ávila; hermanos jesuitas de las comunidades de Badajoz, Ventilla y otras de Madrid, de Valladolid, de esta comunidad de Alcalá. 

Hoy es la fiesta de Santa Teresa de Jesús, la gran santa española, que fue canonizada el mismo día que San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, además de San Isidro Labrador y San Felipe Neri. Cuatro santos españoles y dos jesuitas, el 12 de marzo de 1622. 

Y he querido mantener las lecturas de la liturgia de hoy, porque resumen lo que fue la vida de esta santa, pero también la vida de Nacho, que nos ha dejado para vivir ya siempre en la casa del Padre. 

La primera lectura, del libro del Eclesiástico, dice que “se le dará sabiduría… para que abra la boca en la asamblea”. Y en el salmo hemos ido repitiendo. “Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré”. Así podíamos resumir la vida de Nacho, la misión que había recibido de la Compañía en sus 53 años de jesuita y 43 de sacerdote. 

Siempre como párroco o como vicario parroquial, ha estado en medio de la asamblea, ha presidido las celebraciones y en ellas ha abierto la boca, como nos dice el salmo, para anunciar el nombre del Señor a sus hermanos, a los fieles de la parroquia, y para alabarle. De esta manera, los que han sido sus feligreses, los que han tratado con él, han conocido más al Señor y también le han alabado.

Esta labor, después de ser ordenado sacerdote en 1976, la comenzó en la ciudad donde nació, en Badajoz, primero como prefecto de pastoral y subdirector del colegio menor de la Escuela Virgen de Guadalupe, durante cinco años, y después como párroco de la Santísima Trinidad durante trece años. Fueron años muy fecundos en la parroquia, en plena juventud, donde fue muy querido y donde se alegraron mucho cuando volvió, ya muy mermado de fuerzas, prácticamente los tres últimos años de su vida, antes de venir a esta comunidad hace unos meses. 

También desarrolló su labor en las Parroquias del Pozo y de la Ventilla, en esta última durante nueve años. Un año colaboró en la parroquia del Miagro, de Salamanca. 

En el año 2010 fue destinado a esta comunidad de Alcalá y durante 6 años colaboró lo que pudo en la parroquia de San Juan de Ávila, a la que estaba adscrito. En esos años ya decía él mismo que no podía hacer mucho. Muchas visitas a médicos y especialistas, que no podían hacer nada por detener la enfermedad que tenía y que seguía avanzando y mermando cada vez más sus facultades y su energía. 

Los tres últimos años pudo pasarlos en Badajoz, colaborando lo poco que podía en la que había sido su parroquia. También pudo disfrutar de la familia y la familia de él. Siempre ha sido una familia muy unida. 

Y toda esta labor que ha realizado, ha sido siempre con sencillez. Por eso da gracias Jesús en el evangelio: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. A Nacho, como hombre sencillo, el Padre le ha revelado sus cosas y él las ha podido proclamar en medio de la asamblea, en la tarea parroquial que se la había confiado. 

Y el final del evangelio nos recuerda también sus últimos años y los meses que ha pasado en nuestra comunidad: “Cargad con mi yugo y prended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso”. Ha cargado con el yugo de la enfermedad, que le iba debilitando cada vez más, pero ha sido, como Jesús, manso y humilde de corazón y en Él iba encontrando el descanso, que ya ha sido definitivo. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. 

Nacho ha ido, ya está con el Padre, y Él le ha aliviado para siempre. 

Nosotros, con Jesús, también damos gracias al Padre porque ha revelado sus cosas a un hombre sencillo, que ha sabido alabarle y comunicar su nombre y sus maravillas en medio de la asamblea de los fieles. 

Como San Ignacio, como San Francisco Javier, como Santa Teresa de Jesús, como Nacho, nosotros, desde nuestra sencillez, también hemos sido llamados a comunicar lo que el Señor nos ha revelado, en medio de nuestras asambleas, en medio de nuestras vidas. 

P. RafaelJosé Melendro nació el 19 de marzo del año 1928 en el pueblo palentino de Castrillo de Villavega, a 17,5 Km. de Carrión de los Condes, en el seno de una familia numerosa formada por dos hermanos y seis hermanas, dos de ellas religiosas. Recibió los sacramentos de la iniciación cristiana, Bautismo, el 25 de marzo de 1928, Comunión y Confirmación, el 17 de diciembre de 1935, de manos de su tío, Mons. Federico Melendro jesuita, obispo de Anking (China), en la Parroquia del pueblo dedicada a San Quirico mártir.

FORMACIÓN SACERDOTAL Y PÁRROCO

Sus padres, Gerardo y María, de profundas convicciones religiosas, querían que su hijo José fuese jesuita, siguiendo los pasos de su tío, por ello a los doce años le llevan interno a la Escuela Apostólica de Carrión de los Condes, donde por un período de cuatro años cursó los estudios del bachillerato.

Finalizada esta etapa de su formación, decide hacer los estudios propios para acceder al sacerdocio en los seminarios diocesanos de Valladolid y Palencia, siempre con la mente puesta en entrar lo antes posible en la Compañía. Fue ordenado sacerdote el 31 de mayo de 1952 en Barcelona, donde se celebraba el XXXV Congreso Eucarístico Internacional, que tuvo por lema “La Eucaristía y la paz”. Fue uno de los 820 nuevos sacerdotes que recibieron el sacramento en el campo de fútbol del Montjuic. Ceremonia multitudinaria en la que participaron un nutrido número de obispos. A él le ordenó su tío, Mons. Federico Melendro, arzobispo de Anking, China, de donde había sido expulsado, por el régimen comunista de Mao Zadong.

Ejerció como coadjutor de una parroquia durante un año, cuatro de ecónomo en otra y finalmente, antes de entrar en la Compañía de Jesús, otros cuatro de párroco tal y como consta en las Notas Mayores, sin especificarse las localidades por donde pasó.

JESUITA

El día 31 de octubre de 1962 ingresa como Novicio en la Provincia de Castilla de la Compañía de Jesús en Villagarcía de Campos, cumpliendo el sueño de su vida y la ilusión de sus padres, que para entonces habían fallecido, y el 31 de mayo de 1964 hizo los primeros votos en la Compañía.

José Melendro siente especial inclinación por el campo de la catequesis dirigida tanto a niños como a personas sencillas en misiones, y, también, por dedicarse a impartir ejercicios espirituales, tal y como consta de su puño y letra en las Notas Mayores. Su primer destino, una vez formulados sus votos, fue la Residencia de Palencia donde colabora en los ministerios de la Iglesia, al lado de su tío Federico, para integrarse en los apostolados de la Compañía. Al curso siguiente a las Escuelas de Cristo Rey de Valladolid como espiritual y profesor de los alumnos de INEA internos, por un período de 5 años. El siguiente destino, antes de hacer la Tercera Probación en Córdoba, fue el Seminario de Comillas donde ejerció de profesor y espiritual.

Hizo efectiva su vocación de misionero cuando, en el año 1972, fue destinado como Vice-párroco y operario a Vieques, Puerto Rico, donde permaneció por dos años. Cuando volvió a España su principal destino está ligado al Instituto Politécnico Cristo Rey, como profesor de religión, espiritual y apoyo a la secretaría del centro. De esta forma ve cumplida su vocación de servicio de catequizar a niños y personas sencillas. Pero la verdad es que la estructura de la institución pesa sobre su débil salud y su timidez afectándole sobremanera.

Estando en Cristo Rey descubre la faceta de capellán/consejero de Comunidades Catecumenales, en España y en Argentina, concretamente en Buenos Aires. Ministerio que ejerce desde 1990 hasta 2018. Son sus mejores años apostólicos, en los que libre del agobio de la responsabilidad propia de los colegios, recobra parte de la salud, su carácter afable y acogedor y ejerce la misión de pastor de dichas comunidades. Destinado a la Comunidad de San José de Valladolid sigue colaborando con las Comunidades Neocatecumenales hasta que, finalmente, debido a su delicado estado de salud es enviado a Villagarcía de Campos, con la misión de orar por la Iglesia y la Compañía. El Señor le acogió en su regazo el 1 de febrero de 2019, víspera de la fiesta de la Presentación de Jesús en el templo, llevado en brazos de la Virgen María acompañada por San José.

Durante el tiempo que estuvo expuesto su cuerpo en la Capilla del Cristo de Villagarcía siempre estuvo acompañado por sus familiares, jesuitas y grupos de las comunidades Catecumenales. La Eucaristía de despedida se celebró el día 2 de febrero, acompañado por cantidad de jóvenes y menos jóvenes que llenaron con su presencia activa y participativa la Capilla totalmente. El mejor homenaje y reconocimiento que se le ha podido hacer en agradecimiento por su dedicación a los más sencillos, a sus queridas Comunidades Catecumenales. Confortados y agradecidos quedamos tanto sus familiares, hermanas y sobrinos como la Compañía de Jesús, por la fecundidad apostólica del P. José Melendro, volviendo a descubrir que en nuestra flaqueza y debilidad se muestra el amor y la fuerza de Dios.

¡DESCANSE EN PAZ!
Villagarcía de Campos, 28 de marzo de 2019
Amancio Arnaiz y Salvador Galán

 Mateos S.J. 

Luis Felipe Mendieta Baeza SJ 

(Madrid, 06/07/1926 – Málaga, 11/10/2016) 

La vida de Luis Felipe en la Compañía, terminados los estudios propios de la formación, estuvo marcada desde el principio por su destino al ministerio de la enseñanza, para el que se preparó con estudios especiales en Pedagogía y en Psicología en la Universidad de Madrid. Su primer destino comenzó en Córdoba como Profesor de Psicología, cuando arrancaba la fundación de ETEA, y colaboró intensamente en su consolidación. 

En el Colegio de Portaceli en Sevilla ejerció sus cualidades como profesor y como responsable del gabinete de orientación psicológica de los alumnos durante seis años. Y es aquí donde se origina el gran cambio de su vida al ofrecerse al P. General para las misiones en el Perú y en concreto al sitio que le asignaron, como Párroco rural, en Chachapoyas, una ciudad pobre y marginada en la que se integró con absoluta generosidad al servicio de los más pobres de la región. 

Esta opción, tomada en atención a las peticiones que el P. Arrupe hacía a toda la Compañía, la tomó con fortaleza y desprendimiento total, en un momento en el que se encontraba pletórico de fuerzas intelectuales para el servicio que le habían asignado los superiores. Era admirado, querido y respetado por toda la comunidad educativa. Lo dejó todo sin mirar atrás 

Su integración en la comunidad humana de Chachapoyas y en ayuda a la población, en la mejora de sus condiciones de vida, fue tan absoluta y honesta que cuarenta años después, en el año 2014, estando ya en la Enfermería de Málaga, recibió la Medalla de Oro que le había concedido el ayuntamiento de Chachapoyas. Le emocionó mucho el recibirla y reavivó en él la memoria de unos años cargados de vivencias profundas y de entrega absoluta a su trabajo pastoral en toda la región. Guardaba un archivo muy rico con imágenes de personas y de toda la zona que siempre enseñaba a todos los que le visitaban. 

Su estancia en Asunción (Paraguay) le permitió conocer y experimentar con mayor intensidad la compleja situación por la que atravesaba el país y le permitió prestar importantes servicios a la Viceprovincia, dirigiendo el Colegio Cristo Rey y como Consultor del Viceprovincial. 

Su vuelta a la antigua Provincia Bética le supuso encontrarse en una España bien distinta a la que dejó, pero supo adaptarse con rapidez y agilidad a la tarea de gobierno de casas grandes e importantes que le fueron encomendando los Provinciales, hasta que de nuevo, con una opción suya muy meditada y consciente, pidió al P. Provincial ser destinado a la Enfermería de Málaga para atender a su salud. 

Luis Felipe acreditó en su vida en la Compañía una personalidad bien estructurada, con ideas y principios profundos, intelectualmente bien preparado, con gran honestidad en sus planteamientos, con gran capacidad para hacer amigos, a los que siempre quiso y guardó fidelidad. Fue firme en su tarea de gobierno con exigencias espirituales, desprendido de todo y capaz de opciones de gran libertad para un seguimiento más radical en el seguimiento de Jesucristo. 

Vivió con intensidad el amor a su familia y con ella disfrutaba y compartía todos sus gozos y sus pesadumbres. Sus hermanas y sus dos hermanos le supusieron un punto de equilibrio y de gratificación interior especialmente en los últimos años de su vida. 

No llevaba con especial simpatía el deterioro cognitivo progresivo que le iba arrancando cualidades y actitudes en la vida, como la capacidad de expresión verbal que le impacientaba y con la que sufría él y los que le atendían en la enfermería. 

En su larga vida Luis Felipe testimonió siempre una gran lealtad a la Compañía, una gran responsabilidad en las misiones, que le encomendaron, y un amor fuerte y sensible a los muchos amigos que tuvo en su vida. 

Sin duda alguna el Señor le habrá recibido como a un verdadero amigo. 

Marcos Díaz Bertrana SJ